Filosofía vital

No estés triste

En su libro sobre la generación 'millennial', Eudald Espluga logra un texto exuberante, pletórico de ideas y cargado de electricidad propositiva, que habla de la necesidad de reconocer la fatiga

Entender a la 'generación millennial'

Entender a la 'generación millennial'

Miqui Otero

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1.

Quizás preferiría no hacerlo. Quizás hoy no tenga ganas de escribir una columna, pero no sería recomendable que se me notara y aún menos que lo dijera.

Que haya aceptado demasiados encargos cuyo plazo vence esta semana, que viaje mañana a un acto promocional de la novela o que tenga una pandemia doméstica de gastroenteritis (mi hogar es ahora el equivalente del volcán de La Palma, con al menos cuatro bocas activas) no son excusas válidas. Que ande con el ánimo encapotado, tampoco. Y, sin embargo, lo he hecho, lo he dicho, incluso sabiéndome un privilegiado, quizás animado por un libro que leí hace unos días. 

2.

El libro que leí hace unos días es 'No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada', de Eudald Espluga (Paidós). 

El coreano Byung-Chul Han habló de “la sociedad del cansancio”, cómo la autoexplotación de su propia identidad puede conducir a un estado depresivo de agotamiento. Una sociedad (y, en concreto, una generación, la 'millennial') vigoréxicamente autoconsciente, rotundamente precarizada y necesariamente sobreexcitada (por la hipervelocidad de la vida, por la inmediatez y la ubicuidad que nos exige) y exhibicionista (24/7), forzada a engolar su felicidad y a capitalizar su tristeza en las redes.

Se les dice (tanto a un 'rider' de Glovo como a un redactor de una web de tendencias) “Serás tu propio jefe” o “Tú decides lo que ganas”. Y esto es como ese “¡No se lo piense!” del anuncio de microcréditos instantáneos. Tan sincero, y tan contraproducente, como un 'tranquilo' soltado en medio de una pelea.

Somos la masa, el horno, el pan, el panadero y un cuquísimo escaparate también, con post-its de colores donde pone Oferta 2 X 1. Y somos los post-its, removibles.

3. 

Cuando era adolescente, recuerdo haber jurado, con la mano posada en una 'Guía del Ocio' sobre la mesa de formica del bar: “Ne travaillez jamais”. Quizás el conjuro no funcionó porque no sabía, ni sé, francés y pronuncié mal la frase. 

También compré en su día una edición de 'El derecho a la pereza', de Lafargue. Y, sin embargo, aquí me tienen, acabando este texto sin rechistar e incluso satisfecho. 

Espluga, sin embargo, logra algo valioso: un texto exuberante, pletórico de ideas y cargado, a su manera, de electricidad propositiva, que habla de la necesidad de reconocer la fatiga. De parar para entender y proponer, sabiendo que parar es un privilegio y estar en el paro, una condena. Lo haremos y vendrán otros, los que decían que antes todo era mejor, a decirnos que antes sí sabían soportar lo peor. Diremos que estamos cansados en el bus y nos dirán que nos querrían ver en un cayuco. Son los mismos que si aparecieran en un tiempo pasado contraerían en el acto alguna enfermedad de la época. Con su forma de razonar, la petición de una jornada de ocho horas no habría tenido sentido porque hace nada los niños trabajaban limpiando chimeneas en colonias textiles.

4.

Reconocer nuestra fatiga para reformular las condiciones en que muchos viven. Para entender que no es una patología o un capricho, sino la condición para que la última actualización del sistema no se gripe. Como dice Jaume Sisa en un documental reciente: al paraíso nos dijeron que llegaríamos sufriendo, pero pensar eso es de seres poco evolucionados.

Pensamos que somos tiburones que si paran de nadar mueren. Nos sentimos como elefantes, que tras varios disparos mortales pueden permanecer en pie diez días antes de caer. Exageramos y tenemos por momentos la razón para (y siempre el derecho de) hacerlo. Pero el caso es que, a menudo, somos simplemente personas cansadas y animales tristes.

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