La inmersión
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El catalán, dentro y fuera de clase

El futuro de la lengua depende de saber generar unos sentimientos de adhesión y compromiso que requieren empatía con el nuevohablante

Un profesor imparte clase en un instituto.

Un profesor imparte clase en un instituto. / JOAN REVILLAS

Los indicadores sobre el uso del catalán acumulan lecturas preocupantes en los últimos años, aunque la interpretación de estos datos no sea unívoca. No indican, en principio, que el colectivo de catalanes que tienen el catalán como lengua de identificación, familiar o de uso principal sea cual sea su origen disminuya demográficamente, haya desistido del grado de compromiso con la lengua que ha permitido su supervivencia en circunstancias nada propicias o, sobre todo, que hayan dejado de transmitirla a las siguientes generaciones, lo que abocaría a la lengua catalana al peligro de extinción que muchos dan por inexorable sin una respuesta vigorosa. En el descenso de las cifras agregadas de catalanohablantes en términos de identificación, uso o conocimiento influye en primer lugar el contingente de personas llegadas a Catalunya en las últimas décadas, que podría estar sumándose a la comunidad lingüística de catalanohablantes más lentamente, si no de cómo lo hicieron anteriores olas migratorias, sí por debajo de las expectativas.

Era la escuela el instrumento en el que se confiaba para lograr este proceso de incorporación lingüística, y la segunda generación, nacida y escolarizada aquí, la que debía protagonizarlo, en una escuela con el catalán como lengua vehicular de la enseñanza y a través de la convivencia y en contacto con los compañeros que sí la tienen como lengua habitual. Una socialización en la que, sin embargo –y ese es el segundo factor objetivamente negativo para la vitalidad futura de la lengua catalana–, la lengua puente tiende a ser cada vez más el castellano. Explicar el porqué de estas expectativas frustradas no tiene un diagnóstico simple, como no lo son tampoco las respuestas que se deban dar. La ínfima presencia del catalán en el mundo digital y audiovisual es una de esas razones, y la menor confianza en que sea un instrumento necesario y requerido profesionalmente. Pero no podemos cerrar los ojos a la posibilidad de que este menor apego sea también un síntoma de unas reducidas expectativas de integración y promoción, de un sistema educativo demasiado segregador socialmente y de la incomodidad ante la asociación entre lengua y una determinada opción política. 

Los departamentos de Educació y Cultura han señalado que se registra un descenso notable del uso del catalán en la relación entre los escolares, y en la de los docentes con estos. Aunque quizá sea más un síntoma que una causa, en este contexto se suman los llamamientos a revisar un modelo llamado de inmersión pero que hace tiempo que dejó de responder a este concepto (lo que por sí solo desmiente las campañas que nunca han cejado sobre un inexistente arrinconamiento del castellano en Catalunya). Es necesario un replanteamiento, como ya advirtió en su día el conseller Josep Bargalló al exponer un modelo de escuela multilingüe que despertó las iras del independentismo más inflexible. Cualquier nuevo abordaje que se haga de las prácticas lingüísticas en las aulas debe partir de la necesidad de garantizar el pleno conocimiento del catalán y el castellano. Y para ello dar el protagonismo que cada lengua requiera en cada escuela, sin otros criterios que el pedagógico: y vista la realidad lingüística del país, sigue siendo necesario que el catalán sea la lengua de referencia en la escuela. Lo que no puede implicar ningún tipo de duda sobre la libertad de uso de la lengua por la que cada cuál opte, en sus relaciones personales, también en la escuela. Que el catalán sea la lengua en que se juega, se habla con los amigos y está presente tanto en la calle como en las aulas depende de saber generar unos sentimientos de adhesión y compromiso que requieren más empatía de la que asoma en algunos planteamientos.