Abusos sexuales

Violencias sexuales y adolescencia

Me parece preocupante que, después de diversos juicios de agresiones sexuales múltiples a mujeres jóvenes, consideremos legítimo cuestionar el testimonio de alguien que relata de forma descarnada cómo se ha parado su vida desde la agresión

15/7/2019 Registro en el piso donde se cometió la presunta violación a una menor en Manresa foto: Europa Press

15/7/2019 Registro en el piso donde se cometió la presunta violación a una menor en Manresa foto: Europa Press / Europa Press

Gemma Altell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace unos días empezó el juicio contra los cuatro acusados de la llamada segunda 'manada' de Manresa. Una agresión sexual múltiple contra una chica de diecisiete años. En los primeros días del juicio ya debemos reflexionar en torno a dos cuestiones: en primer lugar, las consecuencias de la agresión sexual para la víctima y, una vez más, el cuestionamiento de la víctima en su testimonio.

El pasado mes de octubre la organización Save the Children publicó un análisis sobre la violencia de género entre adolescentes. Entre otras cuestiones analiza las consecuencias a corto o largo plazo de las agresiones sexuales y habla de la especial gravedad en una etapa evolutiva tan crítica como la adolescencia, en la que la impronta de la violencia vivida tiene un impacto superior que en las personas adultas si cabe, por estar aún en una fase constructiva a nivel neuronal, físico, psicológico y de construcción personal globalmente. Algunas de las consecuencias psicológicas que menciona el informe son: ansiedad generalizada, crisis de pánico, inquietud e insatisfacción constantes, sensación de fracaso y negatividad persistente, autoculpabilización e incluso impulsos suicidas. Muchas de estas cuestiones fueron mencionadas por la víctima de la segunda 'manada' en su declaración. Pero habló de otras también; como su aumento de peso o su imposibilidad para salir de casa o para relacionarse con hombres (incluso sus parientes). Además de todo ello hizo un relato pormenorizado sobre cómo ocurrió la agresión sexual (hace dos años) y en su relato detalló todos sus intentos para zafarse de los agresores. A pesar de todo ello parece que no fue suficiente para que el interrogatorio de las defensas no pusiera en cuestión la credibilidad de su relato y los daños y consecuencias posteriores. 

¿Por qué las violencias machistas -y más en concreto las violencias sexuales- son los únicos delitos donde se juzga a la víctima antes que identificar la responsabilidad en el agresor? ¿Por qué, si además la víctima es adolescente, aún es menor su credibilidad? Así pues, ambas cuestiones están relacionadas: ante la importancia de las agresiones sexuales en la adolescencia seguimos alimentado ese “estigma” que tiene que ver con la edad de la chica y todos los estereotipos machistas que se despliegan en el imaginario de una chica adolescente en un piso abandonado con cuatro chicos. 

Me parece altamente preocupante que, después de diversos juicios de agresiones sexuales múltiples a mujeres jóvenes en los últimos años y las reivindicaciones posteriores por parte de colectivos feministas por lo acaecido en los juicios, sigamos considerando legítimo cuestionar el testimonio de una mujer joven que relata de forma descarnada cómo se ha parado su vida a partir de la agresión sexual. Podría no ser así. Podría haber continuado con su vida (cada situación y vivencia es distinta), pero entonces -como sucedió en el caso de 'La Manada'- sería también cuestionada. Podemos entonces llegar a la conclusión que no hay ninguna posibilidad de ser creída ni en la agresión sexual ni en las consecuencias de la misma para una mujer joven que incluya en su vida la opción de divertirse de noche . ¿Por qué? Muy probablemente por ese imaginario machista nombrado anteriormente. Ese imaginario que de forma consciente o inconsciente “autoriza” un castigo para aquellas jóvenes que, con su comportamiento, rompen el rol de “buenas niñas”, que es como se espera que sean nuestras jóvenes. Aceptar el cuestionamiento del relato de la víctima como una estrategia legítima de la defensa, aun teniendo delante las consecuencias que la agresión sexual ha tenido para ella, es poner el foco de la responsabilidad en ella. La “mala niña”, la que bebe, quizás toma otras drogas y se va con desconocidos, hombres generando una promesa de actividad sexual. Paradójicamente no son los hombres/chicos los que están en el centro del juicio sino ella; teniendo que demostrar cuán afectada está y cuán vulnerable estaba en el momento de los hechos. No vale todo en un proceso de defensa. Nuestro sistema debe lanzar un mensaje de seguridad y no un juicio moral a cualquier adolescente que tenga la valentía de denunciar una agresión sexual.

Suscríbete para seguir leyendo