La ciudad sin río

Noruega, València, Barcelona

Da la sensación de que la ciudad ha encontrado en Lahuerta a su Marsé, a su Casavella, a un primo segundo de los Kiko Amat o Miqui Otero

Rafa Lahuerta

Rafa Lahuerta / G. Caballero

Ernest Alós

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Pronto hará un año de la publicación de una novela que se ha convertido en algo más que una novela. 'Noruega', de Rafa Lahuerta: una elegía por la Ciutat Vella de la capital valenciana, los barrios del Mercat y de Velluters en que en los años 80 y 90 agonizaba lo tradicional y se suicidaba lo lumpen. Van seis ediciones ya y más de 10.000 ejemplares, pero no solo las cifras son extraordinarias para una editorial independiente como Drassana y para el libro en valenciano –sea cual sea la opción terminológica que uno prefiera para hacer compatible la unidad de la lengua común y la particularidad valenciana, en este caso el adjetivo se justifica por duplicado; está escrito en un valenciano reivindicativamente local, un 'apitxat' (gramaticalmente) de pasados simples.

La historia de Albert Sanchis Bermell, hijo de comerciantes de salazones en la calle del Trench seducido más por la mala vida de las calles, los bares o un río aún por domar que por el espíritu 'botiguer', escritor frustrado, desastre académico y amoroso y finalmente ruina física y sentimental, merece no ser apreciada más allá de los factores extraliterarios. Pero es inevitable señalar hasta qué punto se ha convertido en un chute de autoestima para las letras valencianas desde donde menos se podía esperar (al menos partiendo de ciertas ideas preconcebidas de lo valenciano): desde el corazón de la capital que se daba como tierra quemada para la lengua, de la pluma de un Lahuerta que se define antes tendero que escritor y con un pasado de agitador de las gradas de Mestalla. 

«Ací està la gran novel·la de la València oblidada, em deia a mi mateix certes nits de fervor localista», se dice el protagonista cuando intenta escribir el libro que escribirá Lahuerta. Una ciudad que «uns menyspreaven per bròfega i altres per desmemoriada», un «cas perdut», un escenario «que les editorials de Madrid i Barcelona l’evitaven en els seus objectius», una ciudad repudiada por «la cultureta comarcal del nacionalisme universitari» que levantó «una fantasia que encara perdura davall la fal·làcia de la superioritat moral». 

Es cierto que el 'xoto' Lahuerta reconoce como antecedente las novelas del 'granota' Ferran Torrent. Y aún deberíamos añadir al Mira más memorialista. Pero da la sensación de que València ha encontrado en Lahuerta a su Marsé, a su Casavella, a un primo segundo de los Kiko Amat o Miqui Otero, a un pariente del Cercas de 'Las leyes de la frontera', si en lugar de Barcelona hablamos de Girona.

Desde una visión barcelocéntica (pero espero que ajena a la condescendencia con la que se suele analizar aquí lo valenciano, más inclinada a dar lecciones que a recibirlas), 'Noruega' nos apunta con el dedo. Esos relatos de una vida urbana previa al lavado de cara turístico, que narran las vidas paralelas de las dos ciudades, nos los han ofrecido escritores catalanes en lengua castellana. En la capital valenciana, que algunos veían como territorio perdido para la lengua, no.

Pero pensemos por un día en València y no en Barcelona. Será inevitable, para cualquier lector forastero de 'Noruega', hacer realidad la frase final de la novela. «Que salude eixes sombres cada vegada que torne a València».