Reflexión

Escribir o no escribir

Colapso logístico mundial. Tres palabras como tres misiles. Las escribo en el teclado y me castañetean los dientes

Las fábricas gallegas en el alero por la falta de microchips

Las fábricas gallegas en el alero por la falta de microchips

Josep Maria Pou

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¿De qué hablar cuando hay tanto de que hablar? ¿En qué pensar con tanto ruido alrededor? ¿Hacia dónde mirar sin perderse en el paisaje? 

Podríamos hablar, por ejemplo, del cambio de hora. De esa hora de más que nos regalan un domingo, llegado el otoño, pero que, inmisericordes, nos exigen devolver otro domingo, en cuanto apunta la primavera, como quien le quita el juguete al niño por falta de atención a las reglas del juego. Podríamos hablar, sí, de esa hora de más y de menos, de ese regalo de ida y vuelta que genera cada seis meses las mismas y divergentes discusiones. Podríamos. Pero, ¿serviría de algo? Lo dudo. Desde 1974 hasta hoy, expertos de toda Europa andan reflexionando sobre qué es mejor y qué es peor, que si la luna o el sol, que si la noche o el alba, y en esos casi cincuenta años han sido incapaces de llegar a un acuerdo. ¿Serviría de algo que empleáramos ahora el tiempo de este artículo dándole vueltas al tema? Tengo claro que no. Renuncio, pues, a escribir sobre ello.

Podríamos hablar también, por ejemplo, de la resiliencia. De nuestra capacidad de resistencia, puesta a prueba en cada telediario. De hasta dónde o hasta cuándo seremos capaces de aguantar. De nuestro equilibrio emocional. Pero, ¿serviría de algo? Lo dudo. Cada uno gestiona sus emociones como puede. Y en lo tocante al equilibrio conozco a poca gente capaz de sostenerse largo tiempo sobre una sola pierna. Desde el principio de la pandemia –un año y ocho meses ya, ¿quién nos vacuna contra ese mal recuerdo?– andamos todos a la busca de un “centro de gravedad permanente”, pero está claro que el centro se ha perdido y que la única gravedad que permanece es la de los hechos que nos agobian: del coronavirus al volcán y de la luz a la crónica de sucesos, por no hacer la lista más larga. ¿Ganaríamos en estabilidad si yo me extendiera ahora en cualquiera de estas materias? Estoy seguro de que no. Por eso renuncio, también, a escribir sobre ello.

Podríamos hablar, quizás, de la última y más reciente amenaza: del colapso logístico mundial. Tres palabras como tres misiles. Las escribo en el teclado y me castañetean los dientes. Las digo en voz alta y se agrietan las paredes. Colapso, o sea patatús. Logístico, o sea organización. Y mundial, o sea de todo y de todos. Que se van a fundir los plomos, vaya. Que no hay pan para tanta boca. Y que de aquí a poco nos quedaremos sin suministro, sin contenedores y sin regalos de Navidad. Entiendo que es como si a causa de la pandemia la distancia entre China y Barcelona se hubiera multiplicado por mil, lo mismo con el tiempo de transporte y lo mismo, por lógica, con los precios. ¿Aliviaría su preocupación que yo me pusiera a elucubrar ahora acerca de la sequía de microchips que nos espera? Apuesto a que no. Por eso renuncio a escribir sobre ello.

¿De qué escribiré, pues, este lunes para no fastidiarles el puente? De castañas, de boniatos, de ‘panellets’, de huesos de santo y de una buena copa de cava. Disfrútenlo. Y lo que tenga que ser, será.

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