El volcán catalán
Que las energías renovables necesitan espacio es una realidad incontestable, pero habrá que hilar muy fino para no generar incendios sociales que puedan descontrolarse
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
Estas semanas con todo el lío de La Palma hemos aprendido que la palabra tremor tiene una acepción en léxico volcanológico que define la circulación de fluidos por el subsuelo, ya sea magma, gases, agua o cenizas, que provocan temblores en la superficie. No me parece una mala metáfora para describir la conexión (¿o es desconexión?) entre nuestros dos países: el urbano y el rural. El otro día, en 'Aquí, amb Josep Cuní', hablábamos de los pueblos pequeños que ya no tienen sucursales bancarias, ni tan siquiera cajero automático. La escuela o el centro de salud ya los perdieron hace tiempo. Y de la tan cacareada revolución tecnológica; conexión a Internet y cobertura telefónica, digamos que las he visto más rápidas. Demasiado agravio acumulado como para tragarse sin más una nueva factura: la de la transición energética. O sea que cuidado. Que las energías renovables necesitan espacio es una realidad incontestable, pero habrá que hilar muy fino para no generar incendios sociales que puedan descontrolarse; por eso el decreto aprobado por la Generalitat, si lo colocásemos en un tablero de ajedrez, diríamos que es un movimiento defensivo. Se endurecen las condiciones para instalar parques renovables, se apela a la complicidad vecinal como requisito, pero que nadie se engañe: habrá que tomar decisiones. Y algunas serán impopulares. Tocará entonces el turno a la pedagogía.
El caso del alcalde de Jorba, David Sánchez, me parece paradigmático: tiene el resultado de un referéndum en el que sus vecinos le dicen claramente que ni hablar de parques renovables, pero él no descarta nada y apela al bien común. No sé cómo le irá en las próximas elecciones, pero a mí -que no le conozco de nada- el suyo me pareció un discurso honesto y posibilista. ¡Y mira que Cuní le achuchó! Resumiendo: eso que en Catalunya llamamos “el territorio”, básicamente para distinguirlo de Barcelona, emite señales de tremor desde hace tiempo. Y sería un error ignorarlas porque podrían estar anticipando una gran erupción, una especie de 'procés' interior
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