Cambio climático

La buena energía

Ojalá que ese espíritu de la construcción europea impregne la cumbre de Glasgow, porque es lo que transforma sociedades: que de valores se llegue a reglas, calendarios e hitos

La ONU empeora el diagnóstico sobre la situación climática

La ONU empeora el diagnóstico sobre la situación climática

Emilio Trigueros

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Necesitamos invertir en buena energía. Es un propósito sencillo de enunciar, que se está revelando más difícil de cumplir de lo esperado. Hemos de generar más energía de fuentes renovables, electrificar los medios de transporte, descarbonizar la producción industrial, desde los altos hornos hasta la fabricación de fertilizantes. Y hacerlo juntos, porque si falta una gran región al compromiso, el esfuerzo del resto vale de poco: necesitamos invertir en buena energía como planeta.

Sin embargo, frente a esa aspiración generalizada, la realidad lleva un tiempo marcando sus límites. Las mismas sociedades que pretender promover inversiones billonarias en energía verde salen de una pandemia que ha disparado el endeudamiento público. Muchas tecnologías necesarias carecen de escala para ser competitivas. La inseguridad sobre la demanda futura de los combustibles fósiles parece elevar su precio a corto plazo, al invertirse menos en su producción hoy. En el alud de información bajo el que vivimos, muchos asuntos, también el cambio climático, tienden a presentarse en forma de conflicto irresoluble o demasiado complejo para abarcarlo; y hasta se detecta cierto cansancio de discursos solemnes sobre el futuro de la Tierra (que sí, es lo que está en juego).

Si pensar como planeta es difícil y como países individuales no tiene efecto, si toda clase de conflictos y factores de inestabilidad nos abruman, la pregunta más concreta y útil quizás sea: ¿Qué podemos hacer como europeos? ¿Qué debemos defender en la cumbre de Glasgow? La respuesta más clara es: unión, mercado y solidaridad.

La Unión Europea representa la construcción de un proyecto perdurable sobre valores comunes, que se traducen en principios, que se aplican en reglas consensuadas. Para los europeos, constituye una secuencia de noticias conocida: ante una cuestión que atañe a todos, los países miran por sus intereses y se alinean en bloques. El debate torna abrupto, las diferencias se enquistan, el acuerdo se antoja imposible. Y, sin embargo, conservar la unión fundada en los valores comunes hace un acuerdo imprescindible. Discutir es conveniente y sano, pero ponerse de acuerdo es necesario y obligatorio, y lleva a reglas prácticas de actuación común. Ojalá que ese espíritu de la construcción europea impregne la cumbre de Glasgow, porque es lo que transforma sociedades: que de valores se llegue a principios, y de éstos a reglas, calendarios, hitos.

Los europeos creemos en los mercados, o, para ser precisos, creemos que hay que afrontar que el mundo es un mercado. Las cosas tienen que tener un precio, deben existir foros para que productores y demandantes se encuentren, los precios altos señalan escasez y muestran necesidad de inversiones o de productos alternativos. Un mercado global en el que los derechos de emisión de gases invernaderos se puedan intercambiar entre regiones (como son intercambiables entre países europeos) dirigiría las inversiones globales hacia los países y sectores en los que más rápido y eficiente sea suprimir emisiones. Porque se trata de suprimir emisiones de gases, esto es, de recortar demanda de combustibles, en las regiones y actividades donde más rentable sea, primero, y luego gradualmente en todos los sectores.

Además, muchos europeos, creemos que, aunque el mundo sea un mercado, no es 'solo' un mercado. Creemos que la humanidad es una sola, que el auténtico progreso es siempre colectivo y que el progreso moral debe acompañar al técnico. Nadie ha tenido más necesidad que Europa, por su historia, por su crecimiento de población, por la búsqueda de materias primas para la revolución industrial, de abrirse al mundo. Y eso nos obliga a tener más en cuenta la voz de los países más retrasados en progreso económico. Se les pide algo extraordinario: que renuncien al uso mayoritario de energías fósiles en las que basaron su crecimiento los países ricos. Apoyar el desarrollo entraña una implicación técnica y política en el desarrollo humano de esos países y cumplir un compromiso de financiación que ha quedado anunciado en cumbres anteriores, pero que no ha llegado a hacerse realidad. Si compartimos el mismo planeta, el mismo sol, los mismos días, es hora de compartir más voces, tribunas, planes, aspiraciones y tareas con ellos.


Todos los artículos de EL PERIÓDICO sobre la Cumbre del Clima de Glasgow

El mundo tiene una última oportunidad de evitar la catástrofe climática y esta es la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26). Entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre, gobiernos de todo el mundo debatirán sobre cómo frenar el avance de la crisis climática. Aquí podrás encontrar todos los artículos de EL PERIÓDICO sobre la COP26

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