Premi Nat 2021

Del árbol a la ballena

La ecóloga forestal Nalini Nadkarni lleva en la sangre el subirse a las copas de los árboles

Nalini Nadkarni, bióloga especializada en biodiversidad de los bosques lluviosos y comunicadora medioambiental.

Nalini Nadkarni, bióloga especializada en biodiversidad de los bosques lluviosos y comunicadora medioambiental. / Joan Mateu

Jordi Serrallonga

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Tenía cita con una reina en el Museu de Ciències Naturals de Barcelona y temí llegar con retraso. Jane y Tarzán hubiesen cruzado de L'Hospitalet al Fòrum, del Fòrum a Gràcia y de la villa al mar columpiándose y descolgándose de liana en liana. Pero, seamos realistas, ni en la jungla de asfalto tenemos una óptima cobertura arbórea, ni poseo el cuerpo atlético de Johnny Weissmüller; tampoco el de la bióloga y ecóloga forestal que me esperaba en el museo: la «Reina del Dosel del Bosque». Opté por otro tipo de lianas y ramas, las líneas de transporte público y, a toda carrera, pude encontrarme con Nalini Nadkarni (Bethesda, Estados Unidos, 1954). Una científica jovial que me estrechó la mano sin exigir protocolo alguno. No había corona física, solo es una valiente y emprendedora mujer que estudia el ecosistema que se desarrolla en la copa de los árboles de los bosques tropicales y temperados.

Mi relación con las plantas, además de recoger moras durante las vacaciones en Sau, viene del artículo que, de chaval, leí en la revista ‘Mundo Científico’; me atrajo la portada, trataba sobre un naturalista del XIX: Gregor Mendel. Él trabajó con la planta del guisante sobre cuestiones de hibridación y decidí reproducir, en el balcón de casa, los mismos experimentos. Un desastre. Llené la casa de macetas, tierra y flores varias. Todo acabó marchitándose.

Tiempo después, en sexto de EGB, con motivo de unas convivencias en Ogassa, vi por primera vez un herbario. Que me enseñaran a identificar, recolectar y prensar plantas fue toda una revelación. Seguro que Darwin sintió lo mismo cuando su profesor en Cambridge, Henslow, le mostró los fundamentos de la botánica. Allí, cerca de las antiguas minas de carbón, nació mi amor incondicional por los helechos. Sí, estas plantas tan antiguas que no siempre despiertan pasiones al no mostrar bellas y flamantes flores. ¿Monótonas? ¡Si lo tienen todo! Desde los más diminutos helechos a los arborescentes presentan unas formas maravillosas; además de su ya citado pedigrí. Y es que donde encontré el helecho vivo, también hallamos un helecho fosilizado sobre una placa pétrea del Carbonífero: más de 300 millones de años.

Y es que las plantas habrían de merecer mayor atención. Las habíamos colocado en la parte inferior de una falsa pirámide de la vida; cuando la evolución es, precisamente, en forma de árbol. Compartimos un origen común con todos los vegetales, aunque vivan a la sombra de la fascinación que causan en nosotros los animales; ¿porque la mayoría se mueven y lucen mejor en los documentales? ¿Porque tienen ojos expresivos que enternecen al espectador? Exacto, solemos deshacernos ante la mirada de un lobezno, pero nos quedamos indiferentes ante un brote vegetal. Hasta que apareció el colosal sir David Attenborough como un moderno José Celestino Mutis. Nos explicaba que tuvo que convencer a los directivos de la BBC para que le dejasen filmar una miniserie sobre el mundo vegetal: ‘Life of Plants’ (1995). En sus seis episodios –que se convirtieron en éxito de ventas mundial– hizo que siguiéramos a una semilla de manglar por el océano, hasta desembarcar y germinar en una isla, con la misma pasión y tensión que una cacería en el Serengeti.

Y uno se emociona escuchando, embelesado, a Nalini Nadkarni. Un día antes de ser galardonada con el PremiNAT 2021, nos sentamos bajo el esqueleto de ‘Brava’; el rorcual que preside la entrada al Museu de Ciències Naturals. El motivo era charlar sobre su trabajo y comunicarlo a la ciudadanía. Te rindes ante su manera de explicar cómo con cuerdas y arnés asciende a la parte más alta de los árboles, como Jorge Mederos en Collserola; también con grúas y globos de aire caliente. Tanto lleva en la sangre el subirse por los árboles que, de haber tenido el arnés cerca, tomando las costillas como ramas, se nos encarama al dosel de la ballena. La mira con cara traviesa. Porque solo es la reina allí en el dosel, a nivel del suelo se abraza a Marta, del equipo del museo: «¡Somos hermanas!». También se abraza a Cristina y Gemma, y le envía abrazos a Carlota. A mí, todavía empapado en sudor –como si estuviera en el bosque lluvioso–, me da la mano y sonríe. «Hasta mañana, Jordi».

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