La cuestión energética

Energía nuclear, cambio de paradigma

El debate nuclear es muy complejo, pero hay superar viejos tabús y aceptar sus ventajas si realmente estamos decididos a evitar el desastre climático

Pla general de la central nuclear d Asco  a la Ribera d Ebre  amb la xemeneia fumejant a la dreta i els dos reactors a l esquerra  Imatge publicada l 1 de juliol del 2019  (Horitzontal) Roger Segura ACN

Pla general de la central nuclear d Asco a la Ribera d Ebre amb la xemeneia fumejant a la dreta i els dos reactors a l esquerra Imatge publicada l 1 de juliol del 2019 (Horitzontal) Roger Segura ACN / Roger Segura

Joaquim Coll

Joaquim Coll

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La humanidad se enfrenta a un reto mayúsculo: frenar una crisis climática que de lo contrario nos llevará a un escenario catastrófico. Hace unos días, Naciones Unidas denunciaba que la producción prevista de petróleo, gas y carbón, o sea de energías sucias, es dos veces mayor de lo que haría falta para contener el calentamiento global a 1,5 grados en 2040. Los compromisos medioambientales de los gobiernos no se corresponden con los planes de sus economías. Por lo tanto, si realmente queremos asumir ese reto, hemos de empezar siendo honestos sobre los instrumentos con los que efectivamente contamos para lograrlo.

No podemos hacernos trampas al solitario. La apuesta a favor de las renovables es incuestionable, pero hemos de conocer también sus limitaciones. Y la principal es que producen una energía intermitente. Cuando hay picos de demanda, bien porque hace mucho frío o demasiado calor, a menudo no sopla viento suficiente, y en invierno hay pocas horas de sol o en verano la producción hidráulica es baja, por lo menos en países mediterráneos como España. Pero es que, además, cuando las condiciones meteorológicas son favorables, su excedente energético no se puede almacenar por ahora. En definitiva, estamos muy lejos de poder sustituir las energías fósiles por un 100% de renovables, tanto por la imposibilidad material de satisfacer la demanda de sus componentes de fabricación (litio, tierras raras, etcétera), como por sus actuales limitaciones para generar de energía.

Para frenar la crisis climática es imprescindible avanzar hacia una economía descarbonizada. Pero los costes de esta transición son elevados, ya lo estamos sufriendo, y pueden crear nuevas desigualdades sociales. Por mucho que ganemos en eficiencia energética y vayamos reduciendo algunas pautas de consumo, lo que no podemos es estrangular el crecimiento económico. Es evidente que solo con las renovables no cubriremos la demanda, por lo que la pregunta en esta encrucijada clave es cuál es el mejor aliado para acompañar una transición energética que será larga y en la que el principal objetivo es reducir CO2. Pues bien, la respuesta no admite dudas, a diferencia del carbón, el gas o el petróleo, la energía nuclear no contribuye al calentamiento del planeta. Es cierto que no es una energía completamente limpia, pues genera residuos radioactivos, y necesita de un combustible, el uranio, que tampoco es infinito y no es barato. No obstante, el ‘mix’ renovables + energía nuclear es la apuesta más ecológica que podemos hacer para frenar a tiempo el cambio climático.

Ahora bien, la energía nuclear es impopular, particularmente en España y en otros países de Europa, donde desde finales de los 70 arraigó una campaña en su contra, asociándola a la carrera armamentística y al miedo a la destrucción atómica. Posteriormente, los desastres de Chernóbil en 1986 y Fukushima en 2011 hicieron el resto. Pero fueron accidentes del todo excepcionales, irrepetibles hoy; tampoco podemos olvidar que ahora mismo hay más de 400 reactores funcionando en el mundo sin ningún problema destacable. Hace falta pues un cambio de paradigma sobre la energía nuclear. Dejarla de ver como peligrosa, pues si es cara es justamente porque los protocolos de seguridad son muy estrictos, y asociarla con una apuesta decidida por lo verde.

A la Unión Europea no le iría nada mal este cambio de paradigma porque la dependencia que tenemos del gas que importamos, de Rusia o Argelia, nos hace vulnerables y nos impedirá alcanzar el objetivo de reducir emisiones. Alemania, con el cierre de casi todas las nucleares tras Fukushima, ya ha incumplido su objetivo y el nuevo Gobierno tendrá que revisar toda la estrategia. En España concretamente habría que renovar las obsoletas centrales en funcionamiento, pues pese a los discursos políticos que las estigmatizan seguirán abiertas más allá de 2035. En cambio, Francia es el ejemplo. El presidente Macron acaba de anunciar una apuesta por reactores modulares pequeños de 1.000 millones de euros, más fáciles de construir en masa y transportar para su ensamblaje, y que generan un tercio de la energía de una central tradicional. El debate nuclear es muy complejo, pero hay superar viejos tabús y aceptar sus ventajas si realmente estamos decididos a evitar el desastre climático.

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