Conocidos y saludados

El ruido de la paz

Por la mañana, Arnaldo Otegi había expresado el dolor por lo que no debiera haberse producido nunca. Por la tarde, dejaba abierta la puerta a apoyar los Presupuestos a cambio de la salida de los presos. Y se armó el belén. Como si la política democrática no fuera un constante intercambio de cromos

Arnaldo Otegi

Arnaldo Otegi / EFE / Javier Etxezarreta

Josep Cuní

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Mantener la tradición en tiempo de incertidumbre equivale a agarrarse a lo conocido. Una manera de esconderse ante la sacudida de lo que queda por conocer. Algo de esto pensaría Pablo Casado cuando recurrió a ETA como si la banda siguiera en activo y estuviera encarnada en Bildu. No era una novedad, solo que el vendaval alteraba los escaños del Congreso el día del 10º aniversario del anuncio del final del terrorismo. Y así se representó un nuevo capítulo del rifirrafe habitual de las mañanas de los miércoles que más que celebrar la paz simulaba añorar la guerra.

En momentos de evocación de aquellos dolorosos años de plomo y muerte, con el alivio de saber que no volverán y el suspiro de la esperanza marcando el camino, la derecha ha encontrado en el apoyo parlamentario de la izquierda aberzale a Pedro Sánchez su filón vasco. El catalán es el de Esquerra Republicana. Y así se fomenta la imagen de indigno secuestro político al Gobierno español por parte de los enemigos declarados de la patria. El precio descontado, unos descriptibles resultados electorales para los conservadores en ambas nacionalidades históricas. Si a la pinza le añadimos la consideración comunista de Unidas Podemos, se potencian unas ocurrencias parlamentarias que lo acaban reduciendo todo a un ritual convertido en burda costumbre. Parafraseando para la ocasión a Harold MacMillan, el que fue primer ministro conservador británico y heredero del sarcasmo de su colega Winston Churchill, tradición no significa que los vivos estén muertos, sino que los muertos viven. En este caso, una falta de respeto a las víctimas a costa de su recuerdo

La excusa fue el doble discurso de Arnaldo Otegi Mondragon (Elgoibar, Guipúzcoa, 6 de julio de 1958). El histórico y controvertido dirigente vasco, vinculado en su juventud a ETA y su interlocutor en la posterior etapa política, había expresado el dolor por lo que no debiera haberse producido nunca. Y por primera vez no distinguía entre los tipos de víctimas que anteriormente diferenciaba. Esto era por la mañana. Por la tarde dejaba abierta la puerta a apoyar los Presupuestos del Estado a cambio de la salida de los presos. Después se autoenmendó pero a ojos de los recelosos la jugada quedaba clara. Y se armó el belén. Como si la política democrática no fuera un constante intercambio de cromos que solo debería tener como línea roja a quienes persiguen la erosión del sistema. Cosa tampoco segura a tenor de los apoyos con los que juega la misma derecha olvidando la evangélica paja en ojo ajeno y la viga en el propio.

En el libro ‘Otegi. La fuerza de la paz’ (La Campana, 2015) Antoni Batista le compara con Gerry Adams y él asume en una entrevista desde la cárcel la responsabilidad de demostrar su apuesta política. Era un año después del comunicado etarra. 

De haberse llamado Armando como era voluntad de su madre pero lo frustró un error en el registro civil, Otegi habría coincidido con Manzanero. Y entre las muchas letras del de los boleros hay una que dice: “Aunque inventes los detalles y te encuentre en cada calle, yo te juro que no hay nada personal”. Abandonados sus sueños de adolescente, lo podría entonar el pragmático Arnaldo de hoy. No sus contrarios.

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