Legados incómodos

La última putada

Al morir, las personas dejan un sinfín de objetos que son un engorro para quien ha de hacerse cargo de ellos

BARCELONA 15/06/2021  Barcelona.  Gaviotas en el cementerio de Poblé Niu, donde la dirección del cementerio aconseja ir con paraguas ‘ Como protección en época de cría de las gaviotas’ FOTO de RICARD CUGAT

BARCELONA 15/06/2021 Barcelona. Gaviotas en el cementerio de Poblé Niu, donde la dirección del cementerio aconseja ir con paraguas ‘ Como protección en época de cría de las gaviotas’ FOTO de RICARD CUGAT / RICARD CUGAT

Carles Sans

Carles Sans

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La última putada de la vida es la muerte. Morir es abandonar físicamente nuestro lugar en el mundo y dejar de existir, al menos en lo material. La única materia que queda de quien fallece son los bienes y enseres que hemos ido acumulando. Un bagaje material que muchas veces, para aquellos que lamentan nuestra muerte es un problema, y en ocasiones causa verdaderos conflictos entre quienes heredan bienes de valor.

Más allá de estos bienes, las personas nos dejan cuando se van un sinfín de objetos que para ellos son de gran contenido sentimental y supuestamente económico, y que sin embargo son un engorro para quien ha de hacerse cargo de ellos. Recuerdo que un familiar mío, una persona a la que en vida le fueron muy bien los negocios, sentía un especial cariño por mis hermanos y por mí. Siempre que visitábamos su casa nos enseñaba un cuadro, un bodegón de luz oscura en el que se advertía sobre una mesa una perdiz muerta al lado de un grupo de granadas y un fusil recostado sobre algo indefinible que podría ser una cazuela. Él siempre nos decía que ese cuadro lo había adquirido en Londres hace muchos años y que era de un pintor inglés muy cotizado, y que cuando él faltase sería nuestro. Al morir, fuimos a por el cuadro heredado con la incertidumbre de quien destapa un tesoro por descubrir. Mandamos fotos e información de la obra a un tasador de arte y resultó ser un pintor inglés del siglo XIX que tenía un hermano, lógicamente con el mismo apellido, también pintor, y era este último el hermano realmente bueno, el valorado. El nuestro apenas se cotizaba.

Cuando morimos dejamos muchas cosas de un valor sentimental inmenso para el que se va, libros, figuras, alfombras y objetos que una vez en manos de quien nos sobrevive no tienen valor alguno. De cosas valiosas para quien las tuvo pasan a convertirse en trastos que nadie desea y que finalmente acaban en manos de un trapero que ofrece una cifra ridícula para quitarlos de en medio.

Antes de irnos deberíamos tener la sangre fría de repartir o tirar nosotros mismos aquellas cosas que solo tienen importancia para uno mismo. Es la mejor herencia para quienes no heredan nada importante, al menos para ellos.

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