Ágora

Métele gas, que esto se acaba

El diseño de mercados energéticos debe ofrecer un ajuste acompasado a la inevitable transición ecológica

nord stream

nord stream / Axel Schmidt / Reuters

Josep Lladós

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Atrapados en una versión maléfica del principio de incertidumbre de la mecánica cuántica según el cual es imposible determinar con precisión el valor de ciertos objetos, los consumidores europeos padecemos las consecuencias de la extrema escalada del precio de la energía

Atónitos asistimos a un encarecimiento brutal de unos servicios básicos que amenaza con agravar las desigualdades sociales existentes. Sálvese quien pueda, recurriendo a obviedades como el consumo en fin de semana o con nocturnidad y alevosía vecinal o a cambios precipitados de tarifa.

Mejor sería atender a las causas del proceso inflacionario. Afirma Alvin Roth, premio Nobel de Economía, que el objetivo principal del diseño de mercados es que funcionen de forma apropiada, emparejando demanda y oferta cuando los precios ni pueden ni deben hacer todo el trabajo. Y en los mercados energéticos, dadas las graves consecuencias del cambio climático, el diseño de mercados debe ofrecer un ajuste fino y acompasado a la inevitable transición ecológica

El encarecimiento de tarifas afecta tanto a las fuentes primarias de energía basadas en combustibles fósiles como a la electricidad generada mediante su uso. La explosión en el precio internacional del gas tiene una multiplicidad de causas que explican la incapacidad de la oferta para seguir el ritmo de una demanda que crece tras superar los trimestres más duros de la pandemia. A los cuellos de botella y disrupciones en algunos de los principales suministradores, el abandono de yacimientos o el consumo de reservas durante la pandemia, se añaden las consecuencias del cambio climático en el norte de Europa, con episodios extremos que han disparado la demanda hibernal de energía y limitado la producción estival de energía eólica en el Mar del Norte. Pero también intervienen consideraciones geoestratégicas, como la creciente demanda de gas en una China donde remite la explotación minera por motivos ambientales, la atención preferente de los productores rusos a su mercado interno o la presión de la Administración de Putin para abrir la espita del nuevo gasoducto Nord Stream 2

La inflación alcanza también al mercado del petróleo, con una oferta poco proclive a expandirse. Los vientos de la transición energética inducen un cambio de estrategia inversora en muchas empresas productoras, deslizándose hacia el negocio de la energía verde. La ralentización de nuevas inversiones eleva los costes de extracción del crudo y el uso de una materia prima menos pura encarece también el coste del refino. Y los mayores precios de energía convierten de nuevo en rentable la explotación de recursos mineros, que requieren de la adquisición de derechos de emisión. Un instrumento de mercado diseñado para encarecer y progresivamente abandonar las actividades más contaminantes, pero en pleno auge por su demanda creciente.

Una tormenta perfecta para nuestro recibo de la luz, afectado por el cálculo de una tarifa de último recurso, que es útil cuando todos los proveedores ofertan a costes similares pero que propicia recursos extraordinarios a las empresas cuando la demanda aumenta y las fuentes de energía más eficientes son incapaces de abastecer todo el mercado. Maná del cielo.

En suma, diseños de mercados útiles para el estadio final de la transición verde pero muy intrincados y escasamente adaptables durante el proceso. Debemos acelerar inversiones que faciliten la transformación plena del modelo energético. Ir demasiado lento sale muy caro.