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Jorge Dezcallar

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El síndrome de Venecia

Los proyectos de EEUU para frenar las ambiciones marítimas de China han dejado fuera a la Unión Europea, que corre el riesgo de desaparecer como actor geopolítico importante

Ursula von der Leyen y Joe Biden

Ursula von der Leyen y Joe Biden / AFP / Kenzo Tribouillard

Así es como llamo a lo que pienso que le puede acabar pasando a Europa si no toma las medidas necesarias para no desaparecer como actor geopolítico importante. No lo tiene fácil.

Venecia fue un emporio medieval que ha descrito muy bien John Julius Norwich, una bellísima ciudad que ha inspirado desde ‘El mercader de Venecia’ de Shakespeare o ‘El piadoso veneciano’ de Lope de Vega, a ‘Otelo’ y ‘Rigoletto’ de Verdi, las pinturas de Canaletto y de Guardi, e incluso ha visto conspiraciones como la que casi le costó la vida a Quevedo, en 1618. Y en nuestros días son innumerables las películas cuya acción transcurre entre sus palacios y canales, desde el ‘Casanova’ de Fellini al James Bond de ‘Casino Royale’, o el mismísimo Indiana Jones de ‘La última cruzada’. Venecia es inagotable.

En su época dorada las galeras venecianas dominaban el Mediterráneo y transportaban especias que llegaban desde las Molucas atravesando la India, Arabia y Egipto, hasta embarcar en Alejandría. Desde Venecia se comercializaban luego hacia el resto de Europa con ganancias enormes para la aristocracia comerciante de la Reina del Adriático. Hasta que todo eso terminó cuando Bartolomeu Dias dobló, en 1488, el cabo de Buena Esperanza e hizo posible que Vasco de Gama llegara a la India pocos años después. A partir de entonces las especias afluían hacia Lisboa por vía marítima en menos tiempo y a menor precio y eso señaló el declive de Venecia, que se agravó aún más con el descubrimiento de Colón y la llegada a Sevilla de la plata de las Américas. Con esos acontecimientos el centro de gravedad económico del mundo se desplazó desde el mar Mediterráneo al océano Atlántico y Venecia se quedó fuera de juego. Lo explica muy bien Abulafia en su monumental ‘The Great Sea’, dedicado a la historia comercial de nuestro mar.

Lo que ahora está pasando no es diferente. Europa, primero, y Estados Unidos, luego, han dominado el mundo durante 500 años desde ambas riberas del Atlántico Norte. La Inglaterra imperial de la reina Victoria tenía casi el 70% del PIB mundial gracias a la explotación colonial, y ese porcentaje casi lo mantenía el G-7 (que seguían siendo países europeos y norteamericanos con el añadido de Japón) en los años 70. Hoy, el crecimiento de China y otros países ha obligado a crear el G-20, que reúne al 85% del PIB mundial, pues solo así se pueden tomar medidas con ambición de aplicación generalizada. Y entre tanto el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado desde el Atlántico Norte al Indo-Pacífico, que hoy reúne al 65% de la población mundial y al 62% del PIB. China, a lomos de un espectacular desarrollo económico, reclama una mayor participación en el reparto del poder global y un rediseño de las normas que rigen las relaciones internacionales, con objeto de que sean más acordes con sus intereses y con su propia concepción (autoritaria) del mundo. Que esto le preocupa a Estados Unidos no ofrece dudas y explica no solo su retirada de Oriente Medio sino también dos iniciativas tomadas por el presidente Biden, inmediatamente después del desastre de Afganistán: la creación de AUKUS y la resurrección de la vieja iniciativa japonesa del QUAD, que también incorpora a la India. Ambos proyectos tratan de frenar las ambiciones marítimas de China y significativamente han dejado fuera a la Unión Europea, que el Reino Unido ya había abandonado. Nos dejan fuera por dos razones: porque es poco lo que en aquellas latitudes podemos aportar militarmente (con la excepción de Francia), y porque tampoco deseamos vernos arrastrados a respaldar acríticamente la política norteamericana con respecto de China, por la simple razón de que nuestros intereses no siempre coinciden.

A Europa le puede ocurrir ahora lo mismo que le sucedió a Venecia, que se quede fuera de juego como una península de la gran masa continental euroasiática, que se proyecta hacia un océano alejado del centro de actividad del mundo y por donde ya pasa menos gente. Cuando eso suceda será muy difícil mantener el 50% del gasto social mundial con solo el 5% de su población y sin una política exterior o de defensa comunes para hacernos oír. El síndrome de Venecia nos acecha.

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