Festival de Sitges

Natàlia Cerezo

Escritora y traductora

Natàlia Cerezo

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Mejor que Navidad

Como el 25 de diciembre, nos vestimos con ropa especial para la ocasión, solo que no son jerséis tan horrorosos que molan, sino camisetas con oscuras referencias cinéfilas

Logo festival de Sitges

Logo festival de Sitges / El Periódico

En casa hay tres días que siempre celebramos: la noche de hacer cagar al 'tió', Sant Jordi y el festival de Sitges. Hoy, 17 de octubre, es el último día para ir. En otros años hoy estaría en el cine Retiro, en una de las maratones de clausura, que proyectan lo mejor (o al menos curioso, divertido o memorable) de las 'pelis' que han pasado por el festival ese año. Por desgracia, las maratones son una de las cosas que se ha llevado la pandemia.

Sin embargo, algo que perdura en estos tiempos tan extraños es el espíritu de Sitges que, como el espíritu de Navidad de cualquier 'peli' americana, se resiste a morir a manos de un Grinch-pandemia cualquiera.

De hecho, el festival y Navidad tienen muchas cosas en común. Como en Navidad, nos vestimos con ropa especial para la ocasión, solo que no son jerséis tan horrorosos que molan, sino camisetas con oscuras referencias cinéfilas (puntos extra si son negras con letras de color rosa chicle y calaveras doradas: discretas como una cuchillada en la cara). Paseamos entre las paradas de una especie de mercado de Santa Llúcia, pero en vez de pastores y 'caganers' para el pesebre de casa buscamos camisetas, pósters o libros. Además, en muchos casos, ver una 'peli' del festival es como abrir un regalo de Navidad: a veces te encuentras unos calcetines, otros una consola, en todo caso nunca te deja indiferente. También están los rituales de cada casa, como puede ser comer pollo con ciruelas o cantar villancicos después de los cafés (y de unas copas), y que en Sitges equivalen a comprarte la bolsa con el cartel anual del festival. Y, claro, como en Navidad, durante el festival también adoramos al Señor, un mono gigante que recibe una ola de aplausos cuando inevitablemente derriba uno de los aviones que le acechan en el cielo de Sitges.

De hecho, entre el día de Navidad y el festival, me quedo con el último. Al menos aquí las sobremesas terminan como deberían terminar, con una buena dosis de colmillos y sangre.

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