Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

La rana hervida y la rana electrificada

Pobreza Energética

Pobreza Energética

El síndrome de la rana hervida se basa en una metáfora: si metes a una rana en una olla de agua hirviendo, saltará y huirá, pero si metes al anfibio en una olla de agua que se va llevando a ebullición lentamente, no apreciará el cambio gradual y morirá cocida.

Eso es exactamente lo que nos ha pasado con el recibo de la luz. Si nos lo hubieran subido de un día para otro un 500% hubiera ardido Troya, pero como ha ido sucediendo de forma tan gradual, parece que no es lo importante. Que lo importante es si hay república o monarquía, o si un señor se puede presentar en el registro civil y decir que es una señora sin necesidad de hormonarse ni operarse, sin siquiera cambiar de nombre o aspecto.

Pero lo de la luz sí es una cuestión de vida o muerte.

Elena no me deja decir su nombre real. Elena es una mujer de casi 90 años que fue una actriz muy conocida en los años 50, 60 y 70 tanto en España como en Hispanoamérica. Elena cobra una pensión de 915 euros y está en una silla de ruedas.

Elena cuenta con una señora que viene cada mañana para ayudarle a levantarse y ducharse, y para limpiar un poco la casa: dos horas, siete días a la semana, siete euros la hora. Hagan cuentas, 500 euros.

Cada mediodía su sobrina pasa a recoger a Elena, la lleva a pasear y le hace la comida. Por la noche me paso yo, o se pasa mi hija, para darle de cenar. Y así Elena, mal que bien, se va arreglando.

El problema es que Elena vive en un bajo y en su casa, en invierno, a partir de las cuatro, ya no se ve nada, pero nada. Y el problema es que en su casa no hay calefacción. Hasta ahora Elena tiraba de un calefactor eléctrico. Y el problema es que Elena apenas sale de casa.

El bajo de Elena es tan oscuro y húmedo que la sensación de frío se te mete en los huesos con un estremecimiento mucho más intenso y doloroso que en la calle, al sol.

De pagar 80 a ¿500?

El año pasado la factura mensual de la luz de Elena fue de 80 euros, y este año se puede poner en los ¿300,400,500? Quién sabe.

Entonces, ¿debe elegir Elena entre comer o no morir de frío? ¿Entre comer o tropezar en su casa, sabiendo que si tropieza se juega la vida?

En España hay casi cinco millones de personas que viven solas. Más de dos millones son ancianos. Un millón y medio son mujeres. Muchas veces con problemas de movilidad, en muchos casos en infraviviendas como la de Elena, destrozadas por años de uso porque no se pueden permitir adecentarlas.

La gran mayoría de los fallecidos por covid eran ancianos. No solo en residencias. Hablamos también de personas que vivían solas. Cuando lo supimos nos rasgamos las vestiduras un ratito y luego, ¡a otra cosa mariposa! Y si Elena fallece este año por una bronconeumonía dirán que fue por causa natural, y nadie explicará que a Elena la mató la factura de la luz.

Cuando veo a esos asesores, del color que sean, enchufados a dedo en veintitantos macroministerios, a 70.000 euros cada uno, y pienso en Elena, y veo que nadie sale a la calle a protestar, siento ganas de llorar.

 Y si ayudo a Elena y le preparo la cena es porque creo que sin la ayuda de quienes la queremos, no sobrevivirá al invierno.

Pero no son los pequeños gestos individuales los que deberían salvar a tantas Elenas. Debería ser la conciencia ciudadana la que fuera motor de cambio.

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