Décima avenida

Empachados de Facebook

La noche de la caída de las redes de Zuckerberg, el mundo se dividió entre los aliviados y los que buscaron su chute de ‘likes’ en otras app

La exempleada de Facebook, Frances Haugen, durante su comparecencia ante la comisión de Comercio, Ciencia y Transportes del Senado de EEUU, este martes.

La exempleada de Facebook, Frances Haugen, durante su comparecencia ante la comisión de Comercio, Ciencia y Transportes del Senado de EEUU, este martes. / Jabin Botsford / POOL / POOL

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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Trabajé en Facebook porque creo que tiene el potencial de sacar lo mejor de nosotros. Pero comparezco hoy ante ustedes porque creo que los productos de Facebook son perniciosos para los niños, generan división y debilitan nuestra democracia. Los directivos de la compañía saben cómo hacer que Facebook e Instagram sean más seguros pero no afrontan los cambios necesarios porque ponen sus beneficios astronómicos por delante de la gente”.

Impresiona la firmeza con la que Frances Haugen testificó ante ante el Senado de EEUU. Haugen es la responsable de la filtración de miles de documentos internos de la compañía de Mark Zuckerberg que desvelan cómo sus ejecutivos son perfectamente conscientes de que Facebook es el medio de difusión preferente de las ‘fake news’ y de cómo Instagram mina la salud y deprime a miles de adolescentes que han sido adiestradas a odiar su propio reflejo, sin filtros, en el espejo. Adiestradas, sí, en el sentido etimológico del término: amaestrar, domar, que es lo que hacen con el cerebro humano los algoritmos de las redes sociales.

Algoritmos

El modelo económico de las grandes tecnológicas como Facebook se basa en la creación de algoritmos inteligentes capaces de predecir nuestro comportamiento. Esto convierte nuestra privacidad y atención en un producto susceptible de ser comercializado a empresas y campañas políticas (Cambridge Analytica). Para ello es necesario atraer al máximo nuestra atención (cuanto más tiempo usemos el móvil y la red social, más datos ofrecemos de nuestro comportamiento y más anuncios podemos recibir), mediante un producto ideado para ser tan adictivo como sea posible hasta el punto de que incluso cuando queremos dejar de consumirlo reclama nuestra atención. Uno de los momentos que me resultan más escalofriantes del documental ‘El dilema social’ –que cuenta cómo funcionan lo algoritmos y denuncia mucho de lo que Haugen ha explicado en el Senado y la prensa estadounidense—es cuando se pregunta a extrabajadores de tecnológicas si permiten a sus hijos abrir cuentas en redes sociales, con todo lo que saben. La respuesta: por supuesto que no. Y el último proyecto de Zuckerberg es un Instagram para niños...

La noche en que Whatsapp, Facebook e Instagram cayeron el mundo se dividió en dos: los que agradecieron el súbito silencio que emanaba de su móvil y quienes se mudaron a otras app en busca de su chute de posts, mensajes, comentarios y likes. Fueron muchos los que se sintieron liberados, como si el móvil fuera el anillo de Tolkien y la Torre Oscura se hubiera desmoronado. En el libro ‘Comerciantes de atención: La lucha épica por entrar en nuestra cabeza’, de Tim Wu, se describe un patrón que la publicidad ha repetido desde la época de los vendedores ambulantes de crecepelo: cuando encuentra un modelo rentable en un soporte novedoso (prensa, radio, televisión, webs, portales, apps, redes sociales…) lo explota hasta que lo rechaza la audiencia cuya atención anhela y exprime. Hay muchos ejemplos, el último, el desarrollo de modelos de suscripción (el streaming, por ejemplo) para huir de la catarata de anuncios de la televisión en abierto. “En cinco años, ‘wasapear’ todo el día estará tan mal visto como fumar en un avión”, declaró a 'El País' el neurólogo Facundo Mane, que acaba de publicar ‘Ser Humanos. Todo lo que necesitas saber sobre el cerebro’. Pensaba en esta frase mientras veía que las teles de EEUU que emitían la comparecencia de Haugen partían la pantalla en dos: a la izquierda, la ‘whistleblower’; a la derecha, las acciones de Facebook desplomándose en Wall Street.

Regulación necesaria

“Podemos tener unas redes sociales que nos conecten sin destrozar nuestra democracia”, defendió Haugen ante el Senado. En la historia de la comunicación de masas se repite un ciclo: a cada salto tecnológico le sigue un periodo de ley de la selva sin regulación, excesos sociales y políticos (con los  que unos pocos amasan grandes fortunas) y posterior legislación reguladora. La radio del nazismo, los periódicos de Hearst o los tuits de Trump son fruto de la misma desregulación, de la ley de la selva.

Si las redes no se regulan, serán los gobiernos empujados por el rechazo de la población quienes acabarán haciéndolo, por mucho que los millonarios se escuden en la libertad de expresión. Hay formas, como exigir a las tecnológicas la misma responsabilidad editorial que los medios de comunicación. En este sentido, el testimonio de Hauer es un poderoso aldabonazo en el Gobierno estadounidense, y solo por eso merece un reconocimiento digno de estos tiempos: miles de likes, emojis de aplausos y unicornios con corazones en los ojos.

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