Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
La torpe cizaña del PP
En la calle Génova deberían escuchar más a Alejandro Fernández. Tiene los matices para comunicar. En Catalunya, el PP precisa de ideas claras sin torpeza
La primera vez que entré en contacto con la palabra 'cizaña' debía de tener 8 años. Fue gracias al decimoquinto álbum de las aventuras de Astérix y Obélix, publicado en 1970. Descubrir a Tullius Detritus, un personaje que Julio César envía a la aldea que se resiste en las Galias, fue un descubrimiento. La técnica del cizañero.
La posibilidad de que un individuo pueda llegar a contaminar una relación enfrentando a las partes solo con su presencia, aunque fuera un hallazgo infantil, ayudó a enmarcar reglas del juego que, en la vida profesional, en la política o en las relaciones personales sirven para estar alerta.
La política está repleta de cizañeros. No hay partido que no los tenga. Algunos son profesionales. Otros, simplemente torpes. A los primeros hay que evitarlos. A los segundos, acogerlos. Tienen solución.
Si giramos nuestro objetivo hacia el PP encontraremos cizañeros de los dos estilos. Algunos erosionan la estructura del propio partido. Es lo que parece cuando se concreta, por ejemplo, el mensaje de Díaz Ayuso a favor de Pablo Casado. ¿Era necesaria una ficción hacia un choque de trenes para acabar con un “contigo hasta el final”?
De la misma forma, el PP parece tener a un Detritus en sus filas para diseñar las estrategias en Catalunya. En la calle Génova deberían escuchar más a Alejandro Fernández. Tiene los matices para comunicar. Y, además, es un “españolazo”, como el mismo le recordó hace un tiempo a Torra en sede parlamentaria, con la suficiente sensibilidad como para no cizañear, pero ser claro. En Catalunya, los populares precisan de ideas claras sin torpeza.
En el mitin de València del PP, por ejemplo, Pablo Casado hizo lo de siempre: consolidar su voto en el resto de España y vaciarlo en Catalunya. Si es que tiene ambición de éxito, que la tiene, debe tratar de ir más a las formas que a las ideas. Construir los mensajes catalanes con los mismos discursos del pasado es reiterar la misma frustración de los populares.
Al PP ya no le hace falta Puigdemont para crecer electoralmente. El independentismo sí precisa de un vómito constante contra la supuesta unidad de España. El día que los populares descubran un federalismo a lo español, del que ya disfrutan con unos cuantos presidentes autonómicos, ese día la preocupación en Waterloo será máxima.
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