Trashumancia al pasado
Si el PP quería alumbrar el liderazgo de Pablo Casado, ha parecido ortopédico, y su proyecto, preconciliar, colonial y chulesco
Javier Aroca
Analista político
“El PP era y debe seguir siendo incompatible con la corrupción”. Con estas palabras se adornaba José María Aznar, en 2010, en Sevilla, al final de un encuentro conmemorativo de otra convención en la ciudad hispalense, 20 años antes, en la que se encumbró por aclamación, proclamado por Manuel Fraga.
Asistieron todos, muchos hoy con problemas judiciales, y otros, ya entonces, no pudieron ni asistir, Rosendo Naseiro, Gabriel Cañellas. Rodrigo Rato excusó su ausencia y Mariano Rajoy no aludió a la corrupción.
Con la misma intención, encumbrar en el liderazgo, con distintos tapados y apoyos, a Pablo Casado, el PP ha estado de convención trashumante, frecuentando sus pastos electorales habituales para acabar en València, invocando a los druidas la misma suerte de antaño.
La ocasión merecía la atención porque era la oportunidad de conocer las ideas de la derecha española para el futuro. El espejo de Europa, cuyas derechas se comprometen contra la emergencia de la extrema derecha, era una inspiración; el nuevo tiempo de Alemania y Europa con la retirada de Angela Merkel invitaba a la expectación, pero no.
La convención trashumante no ha explicitado ideas, en todo caso contraideas, voluntad de regreso al pasado y competencia con la extrema derecha, de tal manera que sería intercambiable el encuentro popular con otro que hubieran organizado sus rivales de la derecha profunda.
Empezó con problemas, sin poder evitar que la convocatoria perdiera esplendor por la competencia de una Isabel Díaz Ayuso decidida a una excursión por los EEUU sin agenda americana y mucha cobertura debida. El cálculo de la operación incluía una llegada triunfal populista al evento valenciano. Es curiosa la atención debida a la presidenta de una comunidad uniprovincial, pretendiendo rivalizar con la acción exterior del Gobierno de España, sin la menor crítica de los que un día no muy lejano criticaban sin clemencia la agenda exterior de la Generalitat catalana. Un argumento que sería normal que quedara ya capado para siempre.
Luego de estas complicaciones vinieron los renuncios, salidas de tono y amonestaciones. Sería el diario de sucesos de la prensa de antaño, pero los encargados de encumbrar a Pablo Casado, impasible el ademán.
La prensa francesa clamaba y saltaba de sus resortes por la condena del expresidente Nicolas Sarkozy, por financiación ilegal, por corrupción, nada leve en tierras democráticas, mientras que en la España que inauguró Aznar sus discípulos no alteraban el rictus ante su presencia .De hecho, entre bastidores pensaban que no sería para tanto viniendo de un señor amortizado; para ellos, lo más temible sigue siendo el desapego de la derecha democrática y antifascista europea ante la posibilidad cierta de que el PP de Casado esté dispuesto a apoyarse en la extrema derecha para llegar al poder. Es decir, si llegara a producirse, situarse en la extrema derecha europea. Es lo más grave.
En su escalada competidora con la extrema derecha , el PP ha arremetido hasta contra el Papa. El papado franciscano está más cerca de fray Bartolomé de las Casas que del hispanismo de yelmo , cruz y espada que adorna a la paleoderecha. A Aznar, Casado y Díaz Ayuso solo les faltó engrosar las filas de Lefebvre y pedir la vuelta de la misa en latín para que no la entiendan los indios, ni los de aquí, claro.
Y claro, hablando de indígenas solo les faltaba el criollismo cada día más fuerte, no en las filas de la derecha más conservadora de Latinoamérica, sino en el mismito barrio de Salamanca. Como escribió Pasqual Maragall: Madrid se ha ido. Y el PP parece que asume la capitalidad de Madrid de la derecha más reaccionaria del continente hispano. La intervención de Vargas Llosa, por cierto, dejaba sin expresión a un Moreno Bonilla, presidente de Andalucía, sentado a su vera, que pretende seguir en su cargo con la imagen de la moderación.
Si el PP quería alumbrar el liderazgo de Pablo Casado, ha parecido ortopédico, y su proyecto, preconciliar, colonial y chulesco. Muy lejos del regusto que deja Angela Merkel. Suena a pasado, incluso más atrás de Fraga y muy, muy de derechas.
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