Oposición política

Antón Losada

Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela

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Cuando Pablo encontró a Mariano

La ducha de marianismo en la convención del PP ha resultado tan refrescante para Casado como el baño de realidad que ha tomado desde los días de verano que parecía dispuesto a demoler al Gobierno

Casado charla con Rajoy, con Feijóo al otro lado.

Casado charla con Rajoy, con Feijóo al otro lado. / XOÁN ÁLVAREZ

En el recogimiento al cual invita el Camino de Santiago, más en Año Santo, aquel furibundo Pablo Casado que, en plenas vacaciones de verano, parecía dispuesto a demoler al Gobierno con pico y pala si fuere menester parece haber encontrado el sosiego. Ha comenzado su convención itinerante yendo a buscar apoyo y consejo en el abrazo de Núñez Feijóo, el único barón que gana por mayoría absoluta y sin que Vox rasque un mísero diputado, y la experiencia del presidente que -Casado dixit- nos salvó del rescate, Mariano Rajoy. La ducha de marianismo ha resultado tan refrescante como el baño de realidad que parece haber tomado el candidato popular desde aquellos impacientes días del estío.

El oráculo marianista ha sido claro: debe esperar a que se descomponga solo el actual Gobierno. Nada como un retiro tranquilo para valorar la importancia de los tiempos en política. La consigna transmitida por Feijóo responde a una visión más propia de quien anda en la brega diaria, sin tiempo para filosofías: a Vox, ni agua. Casado abrió la temporada convencido de que el Gobierno iba a caer y las elecciones eran cuestión de empujar a la brava. Como un personaje de Calderón de la Barca ha transitado por la vida pública de ofensa en ofensa, retando a duelo a cuantos se le cruzaban y clamando por los muros de la patria suya. El tiempo que todo lo aquieta, la ambición de Díaz Ayuso, la corroborada capacidad de supervivencia de Pedro Sánchez y el camino de santidad que parece haber emprendido Yolanda Díaz, siempre presta a la abnegación antes que a la ruptura, parecen haberle sacado de su error. Ni siquiera la detención de Carles Puigdemont provocó en el líder popular más que una triste tercera pregunta en otra rutinaria sesión de control.

En el PP siempre gana aquel que conoce mejor al partido; una lección que Díaz Ayuso aún no ha aprendido

Que la convención del PP sea itinerante y acabe en Valencia tiene mucho de simbólico. Había que salir de Madrid y su ambiente tóxico para cambiar de estrategia. La historia tiende a repetirse en los grandes partidos. En 2008, Esperanza Aguirre se disponía a desafiar el liderazgo de Rajoy en el congreso de Valencia a golpe de show mediático y con la bendición de la mano que mecía la cuna, José María Aznar. El discreto Rajoy inició también entonces un peregrinaje por el partido y las tierras de España, hasta lograr reunir a todos los barones a su alrededor, mientras Feijóo proclamaba aquello de “ninguno como Mariano”. Valencia de nuevo, una lideresa emergente en la capital guiada por la mano que sigue meciendo la cuna y un partido que prefiere decantarse por uno de los suyos. En el PP siempre gana aquel que conoce mejor al partido; una lección que Díaz Ayuso aún no ha aprendido.

El dilema de Casado no reside únicamente en elegir entre ir a centro o al monte. Su problema es la credibilidad de su elección. Le hemos visto hacer ese viaje y el contrario tantas veces que sus votantes no le toman en serio. Cuando Feijóo señala al populismo todos sabemos de quién habla. Cuando Casado lo señala como uno de los enemigos de Europa hay que mirar el día para ver a quién se refiere exactamente. Llegará a Valencia con su tono más moderado, abrazado a los líderes que han ganado elecciones desde la derecha de orden, hablando de milagros y economía, mientras Díaz Ayuso se pelea con el Papa porque no puede enfrentarse con él; es la ley del hierro del PP: cuanto más te aplauden más en peligro estás. Pero la verdadera incógnita será cuánto le durará a Casado esta vez la voluntad de mantenerse en el buen camino, sin tirarse al monte cada vez que Abascal publique un tuit.

A Vox solo le queda el recurso de llamar bruja a una diputada y negarse a abandonar la Cámara o encararse con periodistas a derecha e izquierda para conseguir titulares. Se aíslan solos. Al Gobierno y sus socios no les queda otra que sacar adelante un Presupuesto, en Catalunya no se puede romper el diálogo por muchas veces que detengan a Puigdemont y habrá más acuerdos como los ertes o el SMI, porque nadie quiere otras elecciones. El Ejecutivo ni cae ni se derrumba, esta legislatura se completa y el PP gana las elecciones desde el centro. Si Casado asume al fin estas certezas puede que, una vez más, Rajoy tenga razón: no hay dos sin tres.

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