Despedida política

Matías Vallés

Periodista

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Merkel mejora desde fuera

Resultan conmovedores los epílogos a la cancillera redactados desde España, con la curiosa omisión de que sus cuatrienios de labor providencial se saldan con el peor resultado democristiano desde la Segunda Guerra Mundial

MERKEL

MERKEL / Thomas Kienzle / AFP

La Unión Europea fue inventada para que gobernantes ampliamente denostados en sus países originarios, en una lista que llegó a incluir a González, Mitterrand o Thatcher, pudieran ser apreciados a distancia. A notable distancia, con lo que podían consolarse en sus ágapes continentales de la inquina en campo propio. Hoy resultan conmovedores los epílogos a Angela Merkel redactados desde España, con la curiosa omisión de que sus cuatrienios de labor providencial se saldan con el peor resultado democristiano desde la Segunda Guerra Mundial. A Obama, otro gobernante que no alcanzaría nunca en Estados Unidos el fervor que desató en El Cairo o Berlín, no se le puede disociar de la llegada en tromba de Trump.

El corajudo Gorbachov es admirado en Occidente por el desmantelamiento de la Unión Soviética, que Putin definió en 2005 como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Un animado contraste de pareceres, saldado a domicilio por un voto masivo de los rusos a su actual zar. De ahí que la idolatría de Merkel no solo arraigue fuera de su partido, sino allende las fronteras alemanas. Su tutela guio a Europa, a cambio de la extinción de su influjo sobre Berlín según acaba de demostrarse. Tal vez la lejanía ayuda a concentrarse en la esencia de un político, sin despistarse con los detalles minúsculos que irritan a los íntimos. Nadie puede ser un héroe para su ayuda de cámara, así que el heroísmo es una cualidad que se acredita en el extranjero. Merkel ha sido un factor de coagulación indiscutible para la Unión Europea, capital por ejemplo en la gobernación de la siempre revoltosa España. El mundo sería peor sin ella, pero en Alemania queda inservible. El trueque de gobernantes entre países resultaría productivo para la estabilidad planetaria, a falta de decidir si todo político dispone de una distancia óptima, desde la que se le puede contemplar aureolado de un cierto esplendor. Sin ir más lejos, el bruselense Puigdemont adquiere su máximo brillo al examinarlo desde Barcelona.

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