Política catalana

La irresponsabilidad de Puigdemont

Se ha publicado mucho más en descargo de la nefasta actuación del entonces ‘president’ de Catalunya de lo que debería haberse escrito para explicar sus monumentales errores

Puigdemont

Puigdemont / JOHN THYS

Xavier Bru de Sala

Xavier Bru de Sala

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Deberían de estar agradecidos a Puigdemont y condecorarlo en lugar de perseguirlo. Con un dirigente más competente tras la doble victoria del 1 y el 3-O de hace cuatro años, las tornas no habrían girado con tanta facilidad a favor de la inmovilidad de España. Se ha publicado mucho más en descargo de la nefasta actuación del entonces ‘president’ de Catalunya de lo que debería haberse escrito para explicar sus monumentales errores, los que condujeron al desastre.

La explicación del rarísimo fenómeno es doble. Por un lado, y eso nos singulariza a la contra de la mayoría de naciones, los catalanes somos especialistas en sacar el máximo provecho de las derrotas. Se trata más de mirar hacia adelante, de ceñirse a las duras circunstancias, que de perder demasiado tiempo en busca de culpables o de malgastar un solo minuto lamiéndose masoquistamente las heridas. Sin embargo, sorprende la magnitud del alud de acusaciones de deslealtad y presiones sesgadas y malintencionadas dirigidas al Puigdemont del 2017 en comparación con la casi absoluta ausencia de reproches por la incompetencia manifiesta. Si sus rivales de ERC se han abstenido de ello no es solo porque merecen una ración casi equivalente del mismo oprobio; si solo la ‘exconsellera’ Clara Ponsatí afirmó que iban de farol, la explicación principal se encuentra en la doble circunstancia de la persecución a que la judicatura española le ha sometido y al amparo de los tribunales europeos. Lo que liga con la histórica y tan catalana tendencia a entronizar a los derrotados como mártires.

Sin embargo, hay una diferencia de envergadura que no se debería despreciar. Ni Casanova ni Companys ni nadie entre quienes les acompañaban actuaron de una manera tan decisiva para propiciar la derrota. Peor aún, en el siglo XVIII contra Felipe V o en el XX contra el general Franco, las derrotas estaban cantadas. Pero en el siglo XXI, ante una España y dentro de una Europa democráticas, había que ser muy zoquete, muy voluble, muy poco valiente y decidido para no sacar de aquellas jornadas, no ya el desiderátum de la independencia sino un mínimo provecho para la causa de la nación catalana o el bienestar general. Por el contrario, pocos ejemplos encontraremos desde la media vuelta atrás de Marco Antonio en Actium, de capitanes que hayan echado literalmente por la borda todas las ventajas, toda la fuerza acumulada hasta el momento de la verdad.

Pero así como el ilustre romano cometió un solo y funesto gesto errático, y con la ignominia y la vida que lo pagó, los errores de Puigdemont estuvieron encadenados unos a otros, y con una alegría que finalmente desembocó en la mitificación a cargo de los damnificados. Veamos al menos el principio y el final de los despropósitos. Después de haber proclamado como válido el resultado de un referéndum que no reunía ni las condiciones ni el quórum para otorgar la plena legitimidad democrática, unidos dos días más tarde todos los catalanes en contra de las porras contra los votos, y empujado pues por todo aquel formidable impulso a tirar por la tremenda o reforzarse con la convocatoria de unas elecciones totalmente legales y de verdad refrendatarias que habría ganado de calle, no se le ocurre otra cosa que adoptar la posición del pasmarote, regalar la iniciativa y esperar que desde Europa o la curia le sacaran las castañas del fuego. Semanas más tarde, una vez dilapidadas por inanición las energías aún crecientes, y habiendo dejado espacio de la manera más inconsciente para que se levantara una ola popular de catalanes contrarios a la independencia, terminó por anunciar unas elecciones ya puramente autonómicas a cambio de evitar la intervención de la Generalitat. Pero esta, digamos, determinación, no le duró ni una noche. Que si las 30 monedas, que si alcaldes de su partido llorando ante la rendición colectiva a cambio de una salvación personal que ni siquiera sabía si había pactado o no... total, que se desdijo y optó por una DUI que no estaba dispuesto a defender como líder sino a arruinar con la huida del campo de batalla.

¿Qué lo salva de tener que afrontar tanta ineptitud? La equivocación de querer que vuelva esposado que le hace tanto favor como con el culo al aire le dejaría un oportunísimo e inteligente indulto.

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