La vehemencia que disimula la nada
Aragonès leyó un alegato sobre las bondades de la independencia e hizo un esfuerzo evidente para hacer desaparecer al Estado español de las vidas de los catalanes, para acabar admitiendo que algunos de sus proyectos están en manos del Estado
Jordi Mercader
Periodista.
Los presidentes, sin excepción, se cansan de sus propios discursos de política general porque les salen largos y al final no tienen más remedio que desgranar las promesas departamento por departamento, asomando entonces la modestia del gobierno autonómico. Por eso empiezan siempre por lo retórico para retomar la épica en las últimas frases. Pere Aragonès se presentó como un presidente atrincherado en su entusiasmo para retrasar todo lo que pueda su aterrizaje en la realidad, sabiendo que esta aceptación le enfrentará todavía más con sus socios de gobierno.
Aragonès leyó un alegato sobre las bondades de la independencia, hizo un esfuerzo evidente para hacer desaparecer al Estado español de las vidas de los catalanes (salvo para entorpecer la acción de la nueva Generalitat que ya ha puesto en marcha, según dijo) y dio por iniciada la transformación social y económica de Catalunya. Tras el torrente de grandilocuencia quedó de manifiesto que el último curso de la escuela de 0-3 años será gratuito, que tiene listo un decreto de energías renovables y que los nuevos presupuestos serán la base del cambio del modelo productivo catalán. Al poco, tuvo que admitir que algunos de sus proyectos están en manos del Estado, desde los fondos europeos hasta los 5.000 millones para reforzar el sistema sanitario, y que los presupuestos de tanta ambición tienen comprometido el 85% en gasto corriente.
La sombra de la Generalitat como gobierno autonómico no es fácil de eludir. Por eso, el presidente insistió con vehemencia en la pretensión de vivir políticamente de una insinuación hábilmente planteada sobre la Mesa de negociación: vamos a negociar el camino de la independencia, no desesperen. Histórico, de no ser que la suposición no tiene base, pues Pedro Sánchez ha dejado por escrito que no hay nada de qué hablar fuera de la Constitución. Aragonès podría estar martilleando a cada discurso una letra del epitafio de su mandato al insistir en su pretensión de culminar la independencia.
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