Apunte
Y en eso, llegó la esperanza
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Hace años, delante mío, un socio gritó, desde su asiento de lateral: «¡Ronaldinho, inventa!», que era algo parecido a reclamar la magia por contrato. Esos tiempos pasaron a mejor vida, y este domingo nos conformábamos con algo mucho más sencillo, algo parecido al fútbol. Es decir, organización, estructura, pases con sentido, pases al espacio, movilidad, presión. No estábamos para magias sino que solo deseábamos una tabla donde agarrarnos en medio de la tormenta. O, mejor aún, algo de tierra firme, para no sentir el vértigo del vacío que se abría ante nuestros pies. Nada más y nada menos que un partido en condiciones y sin tener que rasgarse las vestiduras a cada minuto que pasaba.
Mientras Alain Alaphillipe (Loulou) atacaba sin descanso, tres y cuatro veces, en la endiablada subida a Sant Antoniusberg, y acababa ganado el Mundial de ciclismo, el Barça ya tenía dos goles en el marcador. El primero, con algo de magia incorporada, de Memphis; el segundo, por fin, de ese Luuk de Jong que parece deshilachado y sin ímpetu.
Relativa calma
Lo que justo nos atrevíamos a soñar, un partido relativamente fácil, con relativo fútbol y relativa buena suerte. Mientras tanto, Koeman estaba no sé sabe dónde, escondido en algún centro de mando, mandando mensajes a Larsson, y Schreuder exhibía un chándal super skinny fit (es decir, tremendamente ajustado) que convertía a los habituales niquis de Ronald en todo un dechado de elegancia. Por muy segundo entrenador que seas, tienes que guardar las composturas. Pero bueno, eso pasaba desapercibido porque, al fin, después de degustar durante semanas la tempestad, temiendo más rayos y truenos, la cosa discurría con relativa calma, sin viento ni marejadas de Levante.
Buenas noticias: Nico y, sobre todo Gavi, se iban afianzando; Mingueza estaba impecable; Piqué era un soberano. Y había control y seguridad, e incluso hubo un momento con siete de casa. Y también hubo eso que parece tan fácil y puede que no lo sea tanto: juego, líneas, agresividad, llegada. Y falta de puntería.
Bailes y abrazos
Hasta que llegó la magia que no habíamos pedido (Dios castiga a los codiciosos) ni habíamos querido pedir (también castiga a los necios). Koeman había prometido que Ansu Fati, después de casi un año, jugaría 15 minutos y en el 75’ se extendió un rumor en el Estadi, como quién ha encargado una paella, pasa el tiempo y aún no llega. Pero salió, más al punto, más maduro que antes, y trajo el regalo (¡el regalazo!) del tercer gol.
Y no solo eso, sino el anuncio de algo parecido a una esperanza. Una buena parte de los 35.000 espectadores del Camp Nou eran familia de Ansu. Y a fe que lo celebraron, con bailes y abrazos, y con sonrisas y lágrimas. Y él lo festejó con el médico responsable del retorno del mago. Y Koeman, en una habitación oscura, festejó también no tener que despedirse a oscuras del Barça.
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