A Dios rogando y con la ciencia dando
La erupción de La Palma supone una victoria de la ciencia como herramienta predictiva, como instrumento para mejorar -en este caso salvar- la vida de las personas
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
Acordarse de Santa Bárbara cuando truena es algo más que un refrán; representa la mezcla de negligencia, temeridad y torpeza -también a veces de corrupción- que suele acompañar a las catástrofes. Por eso estos días celebro que podamos echar mano del mismo refranero para enfatizar el valor de “más vale prevenir que curar”. La erupción de La Palma ha arrasado casas y cultivos, ha dejado a chavales sin clase, a un cura rezando para salvar su iglesia, nos ha dado a todos un curso acelerado de vulcanología y ha confirmado que ser ministra no te exime de decir tonterías. Pero además de todo eso, supone también una victoria de la ciencia como herramienta predictiva, como instrumento para mejorar -en este caso salvar- la vida de las personas. Merece la pena repetirlo, insistir en ello. Porque es la misma ciencia que ha permitido, por ejemplo, hallar una vacuna contra el covid en tiempo récord; o la misma que batalla contra la estulticia de los negacionistas del cambio climático. La otra tarde tuve oportunidad de charlar con el oceanógrafo Carlos Duarte, que alerta desde hace años sobre la importancia de preservar los bosques marinos, a los que considera “guardianes de la diversidad”. Su descubrimiento del concepto “carbono azul” le acaba de valer, junto a otros colegas, el premio Fronteras del Conocimiento que otorga la Fundación BBVA. Y cada año, cuando repaso la lista de premiados en física, biomedicina, comunicación, economía, biología, música… pienso que esa alineación es infinitamente más valiosa que la millonaria delantera del PSG; y bastante más útil que parlamentos como el nuestro, reconvertidos en amplificadores de un griterío estéril que solo sirve para emponzoñar el ambiente. Y sin embargo la ciencia en España solo se lleva el 1,2 del PIB cuando la media europea es del 2,1. Alguien pensará que son apenas unos decimales de diferencia, que no es tan grave. Yo creo que sí, aunque siempre se puede apelar a la famosa frase de Unamuno: “¡que inventen ellos!”, la rotunda demostración científica de que todos podemos tener un mal día.
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