Literatura catalana

Larga vida a la 'Revetlla Roig'

Montserrat Roig era una profesional como una catedral, ¿pero eso la hacía una persona fría? En absoluto. Es verla y enamorarse

Montserrat Roig.

Montserrat Roig. / Elena Ramon

Maria Rovira

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Yo no conocí a Montserrat Roig: yo nací en 1990 y ella murió en 1991. No he coincidido, pues, con Roig en el espacio temporal. Eso puede pasar. Pero mi educación formal no la ha incluido, y eso no puede pasar.

Desde el primer día de escuela al último día de carrera, las referencias hechas a la Roig creo que caben en tres rayas. Y no hice Geología, hice Comunicación Audiovisual. Montserrat Roig: un nombre y apellido, dos o tres obras asociadas y ya está. Lo que yo llamo una formación ‘roigfree’. Diría que la de los 90 es una generación ‘roigless’.

Lo primero que me llegó de la Roig era el fervor de sus devotos. Si la he conocido es gracias a la gente que se tira de los pelos diciendo “CÓMO PUEDE SER QUE NO ESTÉIS HABLANDO DE MONTSERRAT ROIG TODO EL RATO” todo el rato. 

Yo pensaba que exageraban, que la querían porque era suya. Ya se sabe, la proximidad magnifica las cosas. El caso es que me propusieron participar en el acto de la 'Revetlla Roig' en el CCCB de Barcelona con motivo de su 75º aniversario y acepté, contenta, con ganas de tener una excusa para sumergirme en su vida y obra. Semanas después, había pasado a engrosar las filas del ejército ‘montserratí’ y exclamaba en voz alta caminando por la calle, en la cola del pan, sacudiendo las espaldas de un turista: “CÓMO PUEDE SER QUE NO ESTEMOS HABLANDO DE MONTSERRAT ROIG TODO EL RATO?” Atención, que habrá réplicas de 'Revetlla Roig' al largo del año y del territorio.

Roig da rabia. La rabia que sale de la envidia pura y dura. Esa rabia provoca. Conoció a Maria Aurèlia Capmany y Salvador Espriu cuando tenía 15 años. Sus entrevistas son un regalo. Cuando le ofrecieron hacer el programa ‘Personatges’, ella dudó porque creía que su registro era el de la palabra escrita, pero tardó poco a rebatirse a ella misma. Estaba por todas partes, tanto política como periodística como artísticamente. Estuvo en la Caputxinada. Durante el encierro en Montserrat por el Proceso de Burgos recibió el premio literario de Santa Llúcia: entró como técnica editorial y salió escritora. Con 31 años escribió ‘Els catalans als camps nazis’. (Yo tengo 31, también, y siento una chispa de orgullo cuando hago una factura sin ningún error a la primera) Roig era una profesional como una catedral; ¿pero eso la hacía una persona fría? En absoluto. Es verla y enamorarse. Yo no había visto en la televisión estos momentos de ternura juguetona, ligereza, complicidad, proximidad, de verdad. Y las miradas que le dirigen tampoco las había visto. Inteligencia al servicio de la pasión y viceversa. ¿Y este talento, estas ganas de vivir y este carisma huracanado la hacen ser alguien arrogante? Tampoco. Escucharla hablar es poner en marcha la ruleta Roig: ¿qué tocara, ahora? Vitalidad, humildad, clarividencia, sensibilidad, destellos de genio, un poco de cada? ¿Qué pasa cuando se encuentran el compromiso político y una privilegiada expresión literaria? Roig, pasa. 

Si yo ahora mismo ya la echo en falta, no me quiero imaginar cómo estáis vosotros.

Suscríbete para seguir leyendo