Obituario

Antonio Franco, un inventor de periódicos

El nivel de autoexigencia primero y de exigencia a los demás después de Antonio Franco era tan alto que casi nunca estaba completamente satisfecho del producto que llegaba cada mañana a los quioscos

Antonio Franco durante el pregón de las fiestas del barrio de la Sagrada Familia

Antonio Franco durante el pregón de las fiestas del barrio de la Sagrada Familia / JOSEP GARCIA

José A. Sorolla

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Antonio Franco no era solo un periodista. Era un inventor de periódicos. Creó este diario -un periódico popular, híbrido, mezcla de periodismo serio y riguroso y de imagen visual de impacto-- y la edición catalana de El País, teorizó sobre cómo habían de ser los periódicos de papel y tenía muchas ideas sobre la prensa digital, aunque casi no pudo ponerlas en práctica porque llegó tarde -abandonó la dirección de El PERIÓDICO el año 2006- a la revolución online.

En la magnífica entrevista que le hace Josep M. Muñoz en el último número de la revista L’Avenç, él mismo dice que no había sido periodista, el periodista que quería ser, el reportero de calle o el periodista deportivo que siempre confesaba ser porque se había tenido que dedicar a la dirección de equipos, a la coordinación de otros periodistas y a la orientación profesional de esos periodistas que admiraba y que trabajaban en las trincheras de la información. La entrevista es como una extensa pincelada de las memorias que nunca quiso escribir porque tenía un respeto sagrado al secreto profesional y porque decía que lo que podía contar no era interesante y que lo interesante no lo podía contar.

El nivel de autoexigencia primero y de exigencia a los demás después de Antonio Franco era tan alto que casi nunca estaba completamente satisfecho del producto que llegaba cada mañana a los quioscos. Se podría afirmar de él aquello que se decía de Luis Cernuda: que Cernuda y satisfecho eran términos incompatibles. Los consejos de redacción de EL PERIÓDICO o de El País eran muchas veces de una autocrítica feroz. Empezaban siempre por el análisis del diario del día para entrar después en las propuestas y en la preparación del periódico del día siguiente. Nada que ver con otro estilo de dirigir periódicos que se caracteriza por la frivolidad, el autobombo y el menosprecio de la competencia.

Como fabricante de periódicos que era, daba mucha importancia a la estructura, a la mesa de redacción desde la que se coordinaba toda la producción informativa y de opinión, es decir, a la columna vertebral del periódico. En su concepto de dirección no había lugar para los periodistas que iban por libre -aunque tenían toda la libertad para escribir sus informaciones- en el sentido de dedicarse a cultivar sus huertos particulares.

Y pese a haber sido subdirector del viejo Brusi, el Diario de Barcelona, y director-fundador de EL PERIÓDICO, su autoexigencia y su deseo de superación le llevaron a dejar la dirección de este diario e irse a El País para ser director adjunto y crear la edición de Catalunya. Decía que lo hizo porque no sabía dirigir y en el diario más influyente de la democracia española aprendería a hacerlo. Los que oían esta explicación no daban crédito porque durante los cuatro primeros años que dirigió EL PERIÓDICO (1978-82) levantó un producto de la nada que vendió más de 50.000 ejemplares el primer año y se convirtió en el segundo diario de la ciudad y hasta llegó en algún momento a superar en difusión a La Vanguardia.

Después de seis años en El País, regresó a la dirección de EL PERIÓDICO, en 1988, para encabezar la época más brillante del diario, con la cobertura de los Juegos Olímpicos, la creación de la edición en catalán en 1997 -otro de sus inventos maravillosos- y la reconstrucción de todo el diseño a principios de los años 2000 con la introducción del color en todas las páginas gracias a las rotativas de Parets del Vallès, ahora también desaparecidas como un signo más de una profesión y un modo de producción que se transforman inexorablemente.

Desde que en 2006 dejó la dirección de este diario, no se alejó de la profesión, explicó su sabiduría periodística en clases y conferencias, reflexionó siempre sobre el futuro de los diarios y se dedicó a escribir, tanto de política o de sociedad como de deportes -con el seudónimo de Antonio Bigatà-, lo que no había podido ni querido hacer cuando dirigía diarios por ese prurito que mantenía siempre de la separación entre la dirección-coordinación y el articulismo. En sus épocas de director no firmó muchos artículos, pero escribió infinidad de editoriales sin firma, que revisaba siempre cuando él no era el autor.

Era el mejor periodista -o inventor de periódicos- que el firmante de esta necrológica haya conocido nunca.