Pros y contras

La cosecha del mal

Imaginemos su huida, su viaje, su miedo, su asfixia y su muerte

Una patera en el Estrecho

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Emma Riverola

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Una playa sembrada de cadáveres. Esta es nuestra última cosecha. Podemos envolver la escena de discursos, pero todas las palabras sonarán a vacío, a mentiras. Dejemos hablar al silencio. Al menos, no nos avergonzará. En esa misma playa que quizá este verano hemos pisado, en la que nos hemos tumbado mirando las nubes, leyendo un libro, haciendo planes para el próximo curso. Sobre esa misma arena en la que tantos pequeños han levantado castillos, fosos y puentes. Quizá hemos jugado a palas. Quizá unos cuantos selfis. Ahí, ahí mismo, la tumba de un niño. Tres o cuatro años tendría, no se sabe bien. A 200 metros, el cadáver de una mujer. Más al sur, otras dos mujeres. Y aún más hombres. En total, ocho muertos. La última cosecha de nuestras playas. Varados sus sueños. Apostaron y perdieron. Solo tenían sus vidas.

Que sigan calladas las voces. Esas que hablan de fronteras y amenazas, de expulsiones y muros, de enemigos e invasiones, de ‘efecto llamada’ y otras imposturas. Que callen. Y, simplemente, imaginemos esos cuerpos. Imaginemos su huida, su viaje, su miedo, su asfixia y su muerte. Solo imaginemos y quizá en el silencio encontraremos las palabras que definan, exactamente, esta escena.  

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