APUNTE
¿Y si aceptamos que las temporadas de transición existen?
Albert Guasch
Periodista
Caben muchas formas de valorar el comunicado, pero para el que esto firma lo que hizo Koeman fue subrayar su personalidad y robustecer su dignidad. Posiblemente debilitó aún más su puesto. Convirtió el trámite previo de antes de cada partido en una plataforma para aclarar que no piensa dejarse zarandear por el viento que precede a las destituciones en este club que tan bien conoce. Uno intuye que Cruyff o Guardiola podrían haber marcado territorio de forma parecida ante un presidente que desde el principio de mandato desconfiase de su oficio.
A partir de aquí, todo dependerá de cómo se le quiera mirar. Para unos Koeman sumergió a la entidad en el baño de realidad que le ha faltado a Laporta. Para otros, en cambio, destiló un conformismo y una resignación inaceptables. Acabar lo más alto posible en la Liga y abandonar toda esperanza en la Champions no casa nada bien con la historia de la entidad ni las proclamas electorales de Laporta. Ya saben: aquello de que perder tiene consecuencias y que el Barça no puede permitirse un año de transición.
Koeman levantó la cabeza de su papel para pedir, "en palabras y hechos", un apoyo al "proceso" de construcción de jugadores que en un par de años pueden convertirse en estrellas mundiales. Más o menos el tiempo que pide la directiva para reparar las cuentas del club. ¿No deberían ir a la par? Laporta, que no tiene una almohada futbolística a la que consultar sus dudas, no dispone de capacidad financiera para fichar pero aprieta las tuercas a su técnico. ¿Se imagina alguien al presidente exigiendo a Ferran Reverter o Eduard Romeu que arreglen el desaguisado económico ya en septiembre?
Enfrentamientos del pasado
Es encomiable que el presidente quiera ver al Barça ganar y jugar bien de inmediato. Pero quizá debería dejar de ser esclavo de sus palabras, apartar ensoñaciones de una grandeza que se desvaneció al soltar la mano de Messi, y aceptar que las temporadas de transición existen. Con o sin Koeman. Pero no es mala semilla la que le puede dejar el holandés, si se acaban asentando cinco o seis futbolistas aún adolescentes. Un proyecto podría constar perfectamente de dos entrenadores complementarios. Uno para ahora y otro desde la próxima temporada, por ejemplo.
Desde la cohabitación de Pep Guardiola y Sandro Rosell no existía una tensión tan marcada entre el presidente y el entrenador. Al menos entonces se guardaron mejor las formas. En realidad, evoca esta desconfianza a los tiempos de Núñez y Cruyff, donde el enfrentamiento se acabó haciendo descarnado. Una pena, porque es posible imaginar que un presidente y un entrenador tan bien armados de discurso y personalidad podrían moldear, de hacerlo juntos, un mensaje de paciencia y esperanza que tendría visos de calar en la opinión pública y permitir capear el largo temporal. Seguramente ya es tarde y el abismo, irreparable, y en Cádiz todo acabe por explotar. Un fracaso de todos.
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