EEUU y China

Joaquín Rábago

Periodista.

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La nueva Guerra Fría se desplaza al Pacífico

Para EEUU se trata, como ocurrió ya con la URSS, de exagerar el peligro comunista, en esta ocasión el chino, para desplegar más armamento en la región

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aukus / Mick Tsikas / Reuters

Es como si Estados Unidos, y más concretamente su poderosa y tremendamente lucrativa industria armamentística, no pudiese vivir sin Guerra Fría.

La primera se dirigió contra la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial, pero el eje se desplaza ahora hacia Asia, por la nueva rivalidad que presenta China para la superpotencia.

Estados Unidos, sus principales medios de comunicación y quienes los siguen en el resto del mundo, han exagerado siempre como justificación para el rearme las amenazas militares exteriores.

Seis años después de la creación de la OTAN, la Unión Soviética fundó el Pacto de Varsovia, institucionalizando así la primera Guerra Fría.

Los países europeos occidentales temían, por un lado, que pudiese resurgir un día el poder germano pese a la derrota de la Alemania de Hitler, y, por otro, la URSS dudaba de la lealtad de los países de la Europa del Este. Tales temores y recelos facilitaron la creación de los dos bloques.

La carrera de armamentos, impulsada sobre todo por EEUU acabó, como sabemos, con el desplome y disolución de la URSS y la consiguiente desaparición del Pacto de Varsovia, pero la OTAN no por ello consideró acabada su tarea.

Lejos de ello, se integró en la Alianza Atlántica a antiguos países del Pacto de Varsovia y estrechó el cerco sobre Rusia, tratando de hacer lo mismo con repúblicas que habían formado parte de la URSS, como Georgia o Ucrania. 

Moscú reaccionó entonces arrebatando a Ucrania la República de Crimea, donde se encuentra Sebastopol, base de la flota del Mar Negro de la Armada rusa.

Washington siempre ha intentado restar importancia a su propio papel en las tensiones con Rusia, con el estacionamiento de misiles en Polonia y Rumanía o sus continuas referencias a Ucrania como socio estratégico.

La intervención rusa en el Cáucaso tiene mucho que ver con el intento de EEUU de meter a las ex soviéticas Ucrania y a Georgia en la OTAN, algo que siempre encontró resistencias en algunos aliados europeos.

Tras sus reveses en Oriente Medio y sobre todo el rotundo fracaso en Afganistán, Washington, preocupado por su credibilidad, ha decidido poner ahora el foco en el Pacífico y de modo concreto en el mar del mar de China Meridional.

Así nos ha llegado últimamente la noticia de la creación de una nueva alianza estratégica entre la superpotencia, el Reino Unido y Australia, que ha provocado la natural furia del coloso asiático así como de Francia, que ha perdido un contrato de armamento.

Según Pekín, ese acuerdo militar, destinado a frenar las supuestas ambiciones chinas, puede precipitar “una nueva carrera armamentista”. 

Las tensiones en toda la región son evidentes: Corea del Norte ha disparados dos misiles balísticos y uno de crucero de larga distancia; Corea del Sur ha probado el lanzamiento de misiles de fabricación propia.

Mientras tanto, Taiwán, la isla que ambiciona Pekín por considerarla parte del territorio nacional, ha propuesto una partida presupuestaria para el desarrollo y adquisición de nuevo material bélico.

Para EEUU se trata, como ocurrió ya con la URSS en la primera Guerra Fría, de exagerar el peligro comunista, en esta ocasión el chino, para desplegar más armamento en la región.

Salvo en el caso de su reivindicación de Taiwán, resulta difícil creer que a China le interese especialmente atizar conflictos en esos mares próximos.  

En opinión de Melvin A. Goodman, ex analista de la CIA y actual profesor de la universidad Johns Hopkins, más bien debería estar interesada, como gran potencia exportadora que es, en mantener la libertad de navegación en el estrecho de Malaca

La nueva alianza militar de EEUU es vista en Pekín como una provocación. Y, en cualquier caso, señala ese experto, ¿no sería mejor recurrir a la diplomacia en lugar de a las amenazas, para resolver eventuales disputas? 

Pero, ¿qué iba a hacer entonces la industria armamentística norteamericana, que tanta y tan perniciosa influencia tiene sobre el Pentágono y también sobre el Congreso?

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