Isabel Díaz Ayuso

Carles Francino

Periodista

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Libertad para indignarse

Me cabrea toda la operación -de gran éxito, hay que reconocerlo- para asimilar los modos de la presidenta madrileña con el concepto de libertad

Isabel Díaz Ayuso

Isabel Díaz Ayuso / JOSÉ LUIS ROCA

Siempre he pensado que, cuando pierda la capacidad de indignarme, me quedarán dos telediarios para palmarla. De momento constato que estoy vivo, y creo que con cuerda para rato, porque el otro día se me llevaban los demonios con el jolgorio por el premio que le dieron en Italia a Isabel Díaz Ayuso por su gestión de la pandemia. “Llama de la libertad” es el nombre del galardón que otorga el Instituto Bruno Leoni, un 'think tank' creado en honor de este filósofo y abogado, defensor a ultranza de la propiedad privada, el libre mercado y la no intervención del Estado. Nada tengo que objetar a este pensamiento, da igual que lo comparta o no; pero lo que me cabrea es toda la operación -de gran éxito, hay que reconocerlo- para asimilar los modos de la presidenta madrileña con el concepto de libertad.

La verdad es que, en la lista de gatos que nos quieren dar por liebres, el ejercicio de manoseo y perversión que se ha hecho durante la pandemia de un derecho tan sagrado es de traca. De las primeras caceroladas en barrios pudientes contra el estado de alarma, hemos llegado a los padres que se niegan a que sus hijos vayan al cole con mascarilla; pasando por sanitarios o profesores que no se quieren vacunar, chavales que hacen botellón a cascoporro o listos que falsificaban permisos para saltarse los cierres perimetrales. Libertad a tope. Pero es que, en todo ese proceso, la música de fondo la ha puesto Ayuso con una ola constante de desafíos, desplantes, denuncias y proclamas contra cualquier tipo de restricción, que ha convencido a buena parte de la opinión pública. Ahí están los resultados de las últimas elecciones. Pero yo me niego a aceptar pulpo como animal de compañía; creo que la libertad es otra cosa. Por no recordar el pequeño detalle de que, con más de quince mil muertos y un millón de contagiados, tal vez sea un pelín osado que alguien saque pecho; por mucho que en bares y restaurantes la jaleen como a una madona. A ver si ahora que Millán Astray vuelve a tener calle en Madrid, resulta que resucita también su grito de guerra: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.

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