Investigador
Pere Puigdomènech
Investigador
Pere Puigdomènech
Los Budas de Bamiyán y las vacunas contra el covid
Si dejamos que el virus corra sin control, en muchos países pueden ir apareciendo nuevas variantes que acabarán llegando a Europa
Durante un período de los años 70 Afganistán tuvo una república que, entre otros efectos, abrió el país al turismo. Fue posible visitar el valle de Bamiyán y sus Budas, testimonio impresionante de un arte que comenzó con la llegada de Alejandro Magno a aquellas tierras. Reinos de influencia griega permitieron que, por primera vez, se hicieran representaciones de Buda en esculturas que se basaban en las imágenes del dios Apolo. Los Budas de Bamiyán eran testigos de un período muy especial de la historia del mundo que los talibanes destruyeron en marzo de 2001. Ahora, la retirada de los ejércitos occidentales ha dejado Afganistán, sus mujeres, sus hombres y su cultura bajo el control de grupos extremistas. La reacción de algunos gobiernos europeos ha sido la de preocuparse porque lleguen inmigrantes de ese país. Encerrarse en una fortaleza dejando que fuera se puedan producir todo tipo de desastres humanitarios y culturales es una posición que no parece justa ni sostenible.
Algo parecido puede estar pasando con la forma en que se está tratando la emergencia producida por la pandemia de covid-19. Mientras en Europa los niveles de vacunación están alcanzando niveles muy altos y no crecen más porque una minoría irresponsable no se presenta en los lugares de vacunación que han quedado vacíos, muchos otros países, y en primer lugar, sin duda, Afganistán, tienen niveles de vacunación irrisorios. Mientras, cerramos las fronteras por miedo a la inmigración y para tratar de detener nuevas infecciones. Pero deberíamos saber que, si dejamos que el virus corra sin control, en muchos países pueden ir apareciendo nuevas variantes que acabarán llegando a Europa. Puede que la tecnología de las vacunas nos termine protegiendo, pero esto no nos puede evitar que lo que pasa fuera de la frontera europea nos acabe afectando.
En el mundo global en el que vivimos algunas de las cuestiones esenciales para nuestra vida tienen un desarrollo global. Tenemos que hablar del cambio climático, de la biodiversidad, pero también de la producción de alimentos y de muchos de los aparatos de base tecnológica que usamos todos los días. Ahora vemos también que nuestra salud, por ejemplo por la aparición de enfermedades emergentes o de nuevas pandemias, puede depender de los intercambios globales y de qué sistemas de salud existen no solo en Europa sino también en lugares donde se pueden originar nuevas enfermedades. Incluso la cultura es un asunto global. Nuestra cultura grecorromana llegó al actual Afganistán y allí tuvo un desarrollo extraordinario. Si abandonamos sus restos estos correrán los peligros que hemos visto. En el pasado, lo que habíamos hecho en Europa era trasladar algunas de las obras más significativas. En Berlín podemos admirar la puerta de Ishtar de Babilonia, que quizás hubiera peligrado en su lugar original y quizá hubiéramos debido trasladar algunas de las ruinas de Palmira a París o Londres para conservarlas. Nos encontramos con la paradoja de que habíamos empezado a devolver a los países originarios las obras que habían sido llevadas a Europa.
Nos movemos entre dos tendencias contradictorias. Por un lado, vivimos en un mundo globalizado en el que podemos viajar en 24 horas a casi todos los lugares del mundo y en el que el intercambio de productos aumenta cada año, al menos hasta ahora. La misma ciencia es uno de los mejores ejemplos de actividad universal, como también se ha convertido la cultura que convive con las culturas más locales. Por otra parte, los países más ricos reaccionan cerrando sus fronteras para evitar perder sus privilegios, entre ellos los beneficios para nuestra salud que produce la ciencia. Es muy probable que esta sea una pretensión inútil. Se trata sin duda de un tema de justicia, sin la cual no se puede pensar que existan sistemas globales de respeto de los derechos humanos. Cuando dejamos fuera de nuestras fronteras a los habitantes de un país, a su salud o a sus obras de cultura sin la protección que nuestra sociedad ha creado para sus propios miembros, acabamos renunciando a los valores que decimos querer defender en nuestro país. Pero debemos ser conscientes de que los efectos sobre la salud o la cultura se dejarán sentir en Europa, más pronto o más tarde.
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