Opinión | Opinión

Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

Escritor y periodista

Orgía, macrobotellón y carnaval

Botellón en la Ciudad Universitaria de Madrid

Botellón en la Ciudad Universitaria de Madrid

Causan escándalo en el mundo adulto las imágenes del macrobotellón pantagruélico que se celebró en la Universidad Complutense la otra noche, emitidas por noticiarios y programas de televisión. Médicos, epidemiólogos, enfermeros, políticos, periodistas, padres, profesores, educadores, pedagogos, fontaneros y peatones en general advierten, irritados, de que este descontrol es letal, de que la vacuna no previene el contagio sino que minimiza los síntomas, de que seguimos en pandemia, de que esto no ha terminado. Pero yo, la verdad, leo las imágenes de otra manera, en otro código. Supongo que mi voz no encontrará coro, que me quedaré solo, pero me pagan por escribir lo que pienso. Ahí va:

Todo lo que se diga de la variante delta, de la variante mu, de la falta de seguridad o cuidado de esos miles de jóvenes borrachos y sociables, todo eso, es cierto, y el papel del adulto es recordarlo, y yo lo entiendo. Pero no podemos fingir, por ser adultos, que no entendemos lo que representan: son un chorro de ganas de vivir y divertirse lanzado en nuestra puñetera cara, merecidamente. Una explosión de ganas de verse la boca sin mascarilla, de elegirse, de mezclarse, de intercambiar fluidos prohibidos por la OMS y, un poquito también, o mucho, no sé, de escandalizar a los adultos, a los burgueses, a las autoridades. De romper el cascarón de seguridad y paranoia en el que se han visto encerrados esos jóvenes durante año y medio, con escasas y furtivas excepciones. Es la orgía y el carnaval. Y estas fiestas, de hondísima raíz antropológica, no solo son comprensibles, no solo son defendibles: son, paradójicamente, un rasgo de salud.

Porque está la salud corporal, amenaza por la fiesta, pero está también a salud mental, liberada y desahogada, restablecida por lo que a todas luces es una locura. ¡No toca todavía!, dicen algunos, pero yo animo al lector a recapacitar sobre el significado del adverbio, porque “todavía” no es lo mismo para mí, que tengo 36, y me he pasado la pandemia tranquilo, ajeno a los mogollones, responsable y consciente, que para gente de 18 años, o de 20, que ha visto malograrse en los encierros un tiempo que yo sí disfruté, y que es esencial para aprender lo que la pandemia nos ha prohibido: a estar con los demás; a ser con los demás. El trabajo de los adultos es prohibirlo y condenarlo; el de muchos jóvenes, burlarlo y celebrarlo.

Suscríbete para seguir leyendo