BARRACA Y TANGANA

Dejarse engañar

En el fútbol, sobre todo en estas fechas iniciales de la temporada, nos dividimos entre los que queremos creer y los que se niegan a creer

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balón / EL PERIÓDICO

Enrique Ballester

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Hace un montón de tiempo entrevisté al entrenador de mi equipo. Él era viejo y yo era joven. Uno de tantos entrenadores y una de tantas entrevistas. Empezaba la Liga y le dibujé un paisaje turbulento: le habían desarbolado la plantilla de la temporada anterior y el futuro pintaba peor que mal. El entrenador, sin embargo, se sabía la lección. Tejió un discurso positivo, alabó las virtudes de sus futbolistas y de algún modo me convenció. Acabé la entrevista seguro de que el equipo no era tan malo, de que los periodistas no hacíamos más que exagerar. 

Estaba a punto ya de llamar al director deportivo para pedirle perdón cuando, al salir de la sala de prensa y apagar la grabadora, y tras alcanzar la cima de la rampa de salida del aparcamiento, el entrenador se quitó la máscara de entrevistado profesional y le dio por contar alguna verdad. Cortó la conversación de relleno, me miró de arriba a abajo recreándose en mi ingenuidad, y me dijo, mezclando condescendencia y confidencia a la par: “Oye, el equipo es muy flojo, eh, o fichan a unos cuantos o nos vamos al hoyo, chaval”.

Nos fuimos al hoyo.

Pero antes me había convencido, quiero decir, con solo un par de frases el entrenador me había convencido de lo contrario de lo que yo pensaba firmemente con anterioridad. La verdad es que aún me convencen rápido con casi todo, así que no debe de ser cosa ni del fútbol ni de la edad. Ahora que ya no soy joven y el fútbol lo observo de lejos, por ejemplo, me toca ir a cubrir una jornada sobre la nueva Formación Profesional y salgo de ahí soñando con estudiar un grado de esos con tanta salida laboral, planificando una vida mejor, con un oficio práctico y de futuro que de veras aporte a la sociedad.

Da igual si voy a una charla sobre el hidrógeno verde o la cuarta revolución industrial, o a una rueda de prensa de ayudas para sacarte el carnet de transportista o de marinero-pescador. De todas ellas salgo pensando que seguramente sería más inteligente dejar lo mío y dedicarme a algo de eso, a algo en lo que consiga desconectar y respirar, pero pasan los años y no hago nada para cambiar. Simplemente sigue pasando el tiempo --los entrenadores, las plantillas, la ansiedad-, la vida te va llevando y ya está. A veces parece que es mejor dejarse engañar. 

Un día nos iremos al hoyo, ya verás.

En el fútbol, sobre todo en estas fechas iniciales de la temporada, nos dividimos entre los que queremos creer y los que se niegan a creer. En el primer partido en casa, uno de nuestros centrales falló con estrépito un pase hacia atrás. Cuando parecía que nos marcaban el 0-1, llegó el otro central para rectificar. Rebañó la pelota al límite y de ahí nació una contra que significó el 1-0, justo antes del descanso. Yo me recreé un rato imaginando que igual el primer defensa había fallado el pase a propósito para descolocar al rival.

En el segundo partido en casa, en cambio, ese central salvador regaló un penalti idiota en el minuto 89. Fue el 0-1. Yo me acordé entonces de aquella entrevista cualquiera a aquel entrenador cualquiera. Pensé que aquel 1-0 quizá fuera la grabadora encendida, la mentira cómoda que tendemos a creer para poder vivir en paz; y este 0-1 sea ya la grabadora apagada, la verdad que quema y no sale gratis tocar. Lo pensé, lo escribí y ya está.

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