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El triunfo de las vacunas

El éxito de la campaña de vacunación, con casi el 80% de la población mayor de 12 años inmunizada, ha permitido que la enfermedad entre en una fase de control

Una chica se vacuna contra el covid en la UPC, el 14 de septiembre

Una chica se vacuna contra el covid en la UPC, el 14 de septiembre / MANU MITRU

La quinta ola del coronavirus está quedando atrás. Si los pronósticos se cumplen, y si no surge una nueva variante del coronavirus con capacidad para romperlos, quizá incluso la que acabamos de superar sea la última, y estemos a las puertas de la recuperación de una práctica normalidad que será alterada acaso por repuntes o brotes comparativamente de menor entidad que obliguen a reajustar periódicamente las medidas de precaución necesarias. Aunque aún harán falta algunos días para confirmar que el regreso a las aulas no tiene un efecto diseminador de la enfermedad, existe una confianza razonable en que no sea así. Ya llevamos varios días, tanto en el conjunto de España como en Catalunya, por debajo del significativo umbral de los 100 casos por 100.000 habitantes en 14 días, y con una tendencia a la baja que sigue manteniéndose. 

La clave está en el éxito de la campaña de vacunación, que roza ya el 80% de la población mayor de 12 años. Una cifra que nos ha llevado a un descenso notable del ritmo de administración de la vacuna, patente en las imágenes de los vacunódromos vacíos y en su mayor parte a punto de cerrar sus puertas.

Es el momento de reconocer, de nuevo, el valor del esfuerzo del personal sanitario. Médicos, enfermeros, auxiliares y cuidadores de los hospitales, y en particular de las ucis y de las residencias de ancianos, se han enfrentado a situaciones de extrema tensión profesional y emocional. Pero no menos importante, en el hecho de que la enfermedad esté entrando en una fase de control, ha sido el trabajo del personal de la asistencia primaria movilizado en los grandes centros de vacunación pero también en sus CAP, en los puntos sin cita previa que han ido a buscar en su ambiente a colectivos prioritarios o esquivos y, de nuevo, en las residencias de ancianos.

El descenso del ritmo de vacunación, con un nivel inferior al que en Catalunya esperaba Salut tras el final de las vacaciones, está haciendo que un número todavía no determinado de vacunas pueda acabar malográndose no por falta de dosis sino de pacientes dispuestos a recibirlas. Se plantea el reto de seguir detectando y animando a las personas más desconectadas de los recursos de la asistencia social y sanitaria, o más reticentes.

A pesar del ruido generado por el movimiento antivacunas, afortunadamente este tiene en España menos implantación y menos predicamento que en otros países europeos que han acabado optando por medidas extremas como exigir la vacunación para ejercer cualquier tipo de trabajo asalariado o autónomo como Italia, o el acceso a numerosas actividades como Francia o Alemania. No se debería descartar si llega el caso medidas para garantizar que el personal en contacto con enfermos o personas dependientes esté inmunizado. Pero aquí aún hay recorrido para que funcione el convencimiento de la bondad de las vacunas entre las personas más bien renuentes que abiertamente cerradas a cualquier evidencia científica. Porque los argumentos están sobre la mesa, son contundentes y no es ocioso repetirlos una y otra vez. Ha sido un hito científico que en tan poco tiempo se haya dispuesto de vacunas altamente eficaces, y con el desarrollo de técnicas que abren vías esperanzadoras ante otras enfermedades. Lo excepcional del reto ha hecho que hayan sido lanzadas al mercado en menos tiempo que nunca pero con una base de participantes en las fases experimentales incomparable con cualquier ensayo farmacológico anterior. Son indiscutibles los efectos que ha tenido la inoculación masiva en el descenso de infecciones, de ingresos, de casos graves y de mortalidad. Son muchos más los motivos para celebrar un éxito de la ciencia y del sistema sanitario.