Pros y contras

Pujol en la mesa

La prepotencia de Junts solo invita a más catalanes a sentirse mejor representados por el otro lado de la mesa.

Jordi Pujol, en la comisión de investigación de la corrupción (2015).

Jordi Pujol, en la comisión de investigación de la corrupción (2015).

Emma Riverola

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La voluntad de Pujol estaba clara, su Convergència era más que un partido, más que unas siglas, más que unos dirigentes y unos militantes. Convergència era el país, la república independiente catalana, emocionalmente independiente. Pujol no era el líder de un partido, era el padre de Catalunya. O padrino, visto lo visto. Más allá de las siglas, esa idea grandilocuente de asimilación sigue presente. Lo está cuando Junts pretende imponer a miembros del partido que no forman parte del Govern en la mesa de diálogo. Lo está cuando, de forma machacona, cualquiera de los suyos o de su galaxia, excluye de su concepción de Catalunya a todo aquel que no siente la necesidad imperiosa de la independencia, cuando abona la idea de que los catalanes no soberanistas son algo ajeno, cuando no directamente traidores, vendidos a la causa española.

Catalunya les pertenece, eso creen. Como el amo delirante, se consideran libres para hacer con su propiedad lo que se les antoja. Incluso despreciar sus instituciones, juguetear con su prestigio o descuidar sus necesidades. Una herencia convertida en caricatura. Su prepotencia solo invita a más catalanes a sentirse mejor representados por el otro lado de la mesa. 

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