Afganistán y la propaganda
A los 20 años del 11-S, la propaganda ha golpeado como un boomerang en el rostro de EEUU a cuenta de Afganistán
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
En el documental '11-S: así se vivió en la Casa Blanca', la entonces asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, cuenta cómo en el discurso que el presidente ofreció la misma noche de los atentados ya se introdujo un elemento primordial de lo que se conoció como la doctrina Bush: EEUU iba a considerar terrorista a todo aquel país que ayudara o albergara a terroristas. Este principio sirvió para desencadenar la guerra en Afganistán, donde el régimen de los talibanes alojaba a Osama bin Laden. Otros preceptos de la doctrina Bush (la guerra preventiva y la exportación de la democracia por la fuerza) fueron los pilares intelectuales (sic) de la guerra de Irak.
Como se ha dicho con asiduidad estos días de aniversario, recuerdo perfectamente dónde estaba y qué hacía el 11-S. Mientras veía caer las Torres Gemelas, poco podía imaginarme que unas semanas después, en Kandahar, escucharía a un cámara de Televisa preguntarse en voz alta si aquellos afganos que nos observaban con una expresión indescifrable sabían por qué los estaban bombardeando. “¿Sabrán qué pasó el 11-S?” No lo sé, no es exagerado pensar que no. Al fin y al cabo, veinte años después, nosotros tampoco sabemos a qué fuimos en Afganistán ni qué sucede en ese país.
La propaganda en tiempos de guerra es un arte antiguo. En el caso de la Guerra contra el Terror desencadenada tras el 11-S fue, al mismo tiempo, burda y sofisticada. Burda porque nadie se creía que la mayor potencia militar de la historia y sus aliados invadieran Afganistán para liberar a las mujeres del burka o Irak para crear un Estado democrático. Sofisticada porque ¿quién se va a oponer a la democracia y a defender los derechos de los mujeres? Y porque sí, hay iraquíes y afganas que han vivido mejor estos 20 años de lo que lo hubieran hecho bajo Saddam Hussein y los talibanes. La realidad y su manía de tender al poliedrismo.
A los 20 años del 11-S, la propaganda ha golpeado como un boomerang en el rostro de EEUU. Los talibanes han vuelto con el beneplácito de quienes juraron derrotarlos, y aunque se intenta construir otro artefacto (hoy se llama posverdad), cuesta que cuele que estos talibanes son guays. La verdad es que las mujeres afganas nunca han importado mucho. Ni entonces ni ahora.
La realidad no es triste, simplemente es. Lo que es triste es el intento de muchos de disfrazarla con propaganda y la tendencia de otros tantos a creerse sus propias mentiras. O su propia propaganda.
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