La tribuna

Mesa muerta de miedo

El pulso de Junts ya no es contra el Gobierno central sino contra ERC. Y es que los herederos de Convergència solo pueden digerir el neoautonomismo si ellos se llevan la parte del león

Jordi Puignerò y Pere Aragonès

Jordi Puignerò y Pere Aragonès / EFE / QUIQUE GARCÍA

Xavier Bru de Sala

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Por mucho que formalmente se trate de la misma mesa presidida hace un año y medio por Pedro Sánchez y Quim Torra, el contexto es tan diferente que bien se puede considerar que nace de nuevo, aunque con serios problemas de parto. Si entonces Pedro Sánchez se sentaba, con toda la prudencia, claro, pero también con la energía propia de un inicio de gestión, ahora nos encaminamos a la segunda parte de la legislatura, vivida bajo el signo de la amenaza que la suma de PP y Vox alcance la mayoría absoluta. En cambio, si por parte catalana JxCat trataba de reforzar la vía unilateral en vez de la acordada, ahora que la unilateralidad es más entelequia que nunca, el pulso de Junts ya no es contra el Gobierno central sino contra ERC. Y es que los herederos de Convergència solo pueden digerir el neoautonomismo, como en la pasada legislatura, si se llevan la parte del león de la Generalitat.

Al problema de siempre, España, que ya saben cómo tratar después de una tan dilatada experiencia, se añade otro mucho más insufrible, ERC y su apuesta por adaptarse a unas circunstancias ciertamente adversas a las aspiraciones independentistas. A ambos lados de la mesa, pues, el presidente del Gobierno tiene miedo del PP, con razón, y el de la Generalitat teme por una falta tan patente de resultados que termine por dar la razón al escepticismo de JxCat. La reunión está pues encabezada por dos presidentes abrumados por dos miedos idénticos: que sea, la del 15 de septiembre, la fecha fatídica en la que iniciaron un lento pero inexorable descenso desde las alturas del poder al infierno de la derrota con oprobio para haber jugado con los sagrados límites de las respectivas parroquias.

Todavía es pronto para dilucidar si la mesa nace solo muerta de miedo, si el miedo la mata o si se estrena siquiera moribunda, pero se puede afirmar con toda contundencia que sin el mínimo exigible de confianza en los resultados por ninguna de sus tres patas, su recorrido no puede ser largo. El miedo a que los manifestantes de la pasada Diada se den cuenta del doble juego de un partido que clama por la unilateralidad mientras practica el neupujolisme, ha llevado JxCat a tirar de la cuerda con unos nombres que solo pueden tener el objetivo de boicotearla desde dentro. El veto de Pere Aragonès a Nogueras y Rull, y de rebote a Jordi Sànchez, proviene del miedo a un final político prematuro de la legislatura que lo haga ir como un pato cojo los meses o los años que convengan. El miedo de los socialistas al PP aún aumentaría si no fuera porque en el frente de verdad crucial del independentismo Unidas Podemos apoya a Pedro Sánchez sin la menor discrepancia.

¿A santo de qué pues la mesa de diálogo? Por la sencilla razón de que Esquerra se ha hecho un lío entre la actitud que mantiene, la única posible después de la derrota de 2017, idéntica a JxCat más allá de gesticulaciones y vanas palabras, y las ganas de ofrecer algún resultado que vaya más allá del retorno a la casilla de salida previa al inicio del proceso. Si los republicanos invistieron Pedro Sánchez para descabalgar el responsable de enfrentarse al secesionismo en 2017, ahora no pueden, o se piensan que no pueden, asegurarle la máxima placidez hasta el final de la legislatura. No, no a cambio de nada. Incapaces de ceñirse a la adversidad y extraer tantas pequeñas o grandes concesiones como puedan a su imprescindible apoyo, verbigracia aeropuerto, verbigracia Rodalies, se sienten obligados a sacar pecho y proponerse el máximo de los máximos, la solución acordada del conflicto, aunque son conscientes de que ni ahora habrá amnistía ni nunca un referéndum de autodeterminación contará con el beneplácito de España. A día de hoy, de mañana o pasado mañana, la oportunidad histórica de que habla Aragonès es tan irreal como la reanudación de la vía unilateral.

Sostenida por la efímera conveniencia de los presupuestos e incapaz de soportar el peso de tanto miedo, la presente puede ser la primera, o segunda, y la última reunión de una mesa destinada a ser sustituida por una mucho más modesta comisión bilateral y un día a día de las negociaciones entre el partido que gobierna Madrid y quienes lo apoyan, entre ellos los catalanes, que si ahora lo hacen a cambio de alimentar la grandilocuencia, tal vez mañana procurarán objetivos más tangibles.

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