Tecnología

Dylan, Facebook y las gafas de sol

Las llaman lentes inteligentes, pero, como tantas otras cosas inteligentes que brinda el progreso, parecen más bien perturbadoras en términos de respeto a la intimidad o a la propia estabilidad mental

Bob Dylan

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Miqui Otero

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Un tipo cercano a los cuarenta mira a cámara durante un anuncio corporativo. Lleva gafas de sol.

Solo esta frase podría infundir temor o risa. Pero demos más detalles. El protagonista es Mark Zuckerberg, capo de Facebook, un tipo con una fortuna que supera los 100.000 millones de dólares y que llegó a pedir perdón (en la Eurocámara y el Senado) por la filtración en su empresa de los datos personales de 87 millones de usuarios. En el anuncio, hierático, enumera las virtudes de su nuevo producto: unas gafas de sol que permiten, entre otras cosas, hacer fotos y grabar vídeos. Y lo hace, claro, con ellas puestas. 

El efecto es algo contraproducente. Como si Bill Clinton hubiera dicho que “no tuvo sexo con esa mujer” ocultando su mirada. Como cualquier confesor con lupas tintadas. Como si encarnara uno de los posibles miedos que despiertan este tipo de artilugios. La imagen de alguien que se ampara en sus gafas de sol para poder mirar sin que se le vea a él, pero ahora con vídeo y foto y opción de subir a redes sociales. 

Cuando era un niño, yo tenía al lado de casa una tienda de objetos de espionaje. Si pasabas por delante, el escaparate se encendía. Se vendían cajas con falso fondo y bolígrafos con cámara. Es obvio que eso influyó en mi amor por las novelas de Hammet o Chandler (aunque a día de hoy me parezco más al Inspector Gadget) y en mi obsesión por James Bond (aunque estoy más cerca del Superagente 86). Pero el caso es que entonces era un niño, no un tipo de mediana edad que dirige el discurso del mundo.

Las gafas en cuestión surgen de un acuerdo entre la red social Facebook y la marca Ray-Ban. Y el modelo elegido es el legendario Wayfarer, un icono de la cultura popular. Las llevó en 1959 Cary Grant en 'Con la muerte en los talones' (cuando Eva Marie Saint le dice en el tren que tiene “una de esas caras tan agradables”). También con ese modelo miraba el escaparate de Tiffany’s Audrey Hepburn en 'Desayuno con diamantes', mientras mordisqueaba un cruasán que podría manchar su Givenchy negro. Se escondió tras ellas Bob Dylan durante la grabación de su 'Highway 61 Revisited' y tras ellas se parapetó cuando lo insultaban en directo por usar la guitarra eléctrica. Incluso se fotografiaba luciéndolas John Fitzgerald Kennedy. Las llevaron tanto Debbie Harry como Madonna, de Tom Cruise a, quizás la única imagen más perturbadora que la de la noticia de Zuckerberg, Hannnibal Lecter al final de 'El silencio de los corderos'. 

Durante todo este tiempo fueron icono contracultural y marca de glamur hollywoodiense al mismo tiempo. Y cuando quisieron remontarlas en los ochenta, pagaron a una empresa de 'product placement' para que las colocara en 60 pelis entre 1982 y 1987, al servicio del discurso neoliberal de cierto cine de esa época.  

La última estación es estas gafas en alianza con Facebook. No son las primeras y los anteriores intentos ya levantaron polémicas. Una lucecita blanca avisará al que está siendo visto que le están haciendo una foto: ya puede estar atento para darse cuenta. Con un toque de índice en la patilla, o una orden con la voz, clic: foto. O clic: rodando. Las llaman gafas inteligentes, pero, como tantas otras cosas inteligentes que brinda el progreso, parecen más bien perturbadoras en términos de respeto a la intimidad o a la propia estabilidad mental. 

Como dice un personaje de 'Un enano español se suicida en las Vegas', la novela de Francisco Casavella, cuando llega a una timba de cartas nocturna con gafas de sol: “Las gafas de sol no sirven para ver, sino para que no te vean”.

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