Mesa de monólogo
El soberanismo no tendrá ninguna capacidad de avanzar ni de negociar mientras haya partidos de gobierno que boicotean en público el diálogo
Ernest Folch
Editor y periodista
A punto de empezar la mesa de diálogo, la diferencia sustancial entre los dos bandos es que uno está sólidamente unido y el otro profundamente dividido: hoy ya sabemos seguro que de la Moncloa saldrá un mensaje coherente, mientras que del Govern saldrá un ruido contradictorio e indescifrable: no se sabe muy bien si se impondrá el unilateralismo de salón y el descarado boicoteo que promueve Junts a la propia mesa o el punto medio imposible entre el pragmatismo y el activismo en el que está ahora mismo embarrancado el 'president' Aragonès.
El sainete del aeropuerto le ha servido al Gobierno como un ensayo general de la respuesta que dará a su gobierno homólogo tras la primera reunión de la mesa. Le dirá lo mismo que le dijo cuando dio por terminadas las negociaciones sobre El Prat: es imposible acordar nada si antes no se aclaran entre ustedes. Cierto, el independentismo demostró en la Diada que mantiene una impresionante capacidad movilizadora, pero la cantidad ya no va acompañada de la calidad: su exhibición de resistencia fue también una exhibición de división y de un creciente malhumor: las patéticas acusaciones de traición a líderes que se han pasado tres años de su vida presos sugieren que una parte importante del movimiento se acerca peligrosamente a la marginalidad de los años 80. Solo así se explica que el independentismo, incluso el moderado, haya sido incapaz de celebrar la mesa de diálogo como lo que es: un éxito histórico, en la que el Gobierno reconocía por primera vez la existencia de un conflicto y un diálogo de igual a igual.
Era imposible imaginar un punto de partida mejor, pero ya hace demasiado tiempo que se prefiere gesticular estérilmente a capitalizar ninguna victoria por miedo asumir algún coste. El soberanismo es ahora mismo un producto solo apto para independentistas, y por eso cada vez son menos pero más convencidos. Sánchez ya se frota las manos: no le hará falta ofrecer nada, puesto que los que tendrá delante ni siquiera saben lo que quieren. Gracias al soberanismo, la mesa de diálogo será solamente un monólogo.
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