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Una Diada en tránsito

Un diálogo maduro con el Estado, pero también en el interior de Catalunya, es el mejor antídoto contra el pesimismo de la sociedad por su propio futuro

Marcha de antorchas organizada por la ANC, la víspera de la Diada en Barcelona.

Marcha de antorchas organizada por la ANC, la víspera de la Diada en Barcelona. / Manu Mitru

La Diada de 2021 tiene poco que ver con las de la última década. La movilización independentista, que llegó a copar una fiesta que es de todos desde la recuperación de la democracia, no es la misma. La pandemia ya no es la principal razón. La parte de la sociedad catalana que comparte el objetivo de separarse de España no comparte ahora una misma estrategia. Los discursos institucionales de este año lo han dejado en evidencia. Pere Aragonès, en su primer discurso del Onze de Setembre como presidente, abogó por «unir fuerzas» para lograr un referéndum en el que la independencia sea una opción y su reconocimiento de que el horizonte en el que fijar objetivos no es para nada inmediato. Por su lado, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, ha sido contundente al pronunciarse a favor de la vía unilateral. Cuatro años después de los hechos de octubre de 2017, el independentismo cabal, que se impone lentamente tanto en Esquerra como en Junts per Catalunya, sigue tácticamente ligado al reducto legitimista que continua reivindicando la vía unilateral en base a un supuesto mandato surgido de unas urnas cargadas de ilusión pero carentes de base legal en la que ampararse, tanto dentro como fuera del marco constitucional español. 

Este cisma dentro del independentismo sobrevuela igualmente sobre la mesa de diálogo entre los gobiernos de Pedro Sánchez y de Pere Aragonès, que debe reunirse la próxima semana. Personajes en el ocaso de su representatividad, como el ‘expresident’ Quim Torra, pero también la actual presidenta del Parlament, se han ocupado en descalificar la mesa de diálogo, tildándola de fracaso por anticipado, en un gesto de deslealtad hacia el pacto con Esquerra y la CUP que le ha llevado al cargo que ostenta. Ante este hostigamiento, los partidos que avalan esa mesa de diálogo –PSOE, PSC, Esquerra y ‘comuns’– deberían ser conscientes de lo que se juegan y de lo que nos jugamos como sociedad. Un fracaso estrepitoso daría alas a los unilateralistas, lo cual no significa otra cosa que regalar de nuevo la hegemonía al sector menos político de Junts y a la CUP, con las consecuencias que ya conocemos. Esquerra no puede olvidar este riesgo y los socialistas han de conjugarlo con el que implica en el resto de España la apuesta por el entendimiento con Catalunya. 

Ese diálogo tampoco será pleno si no tiene también su traslación al interior de la sociedad y de la política catalana. Una mirada a la demoscopia de la última década demuestra que esta es una sociedad unida en torno a un cierto pesimismo por su propio futuro. Los problemas van intercambiando su posición en el ránquing, pero aquello que suma mayores consensos siempre implica una visión negativa del futuro del país, falto de perspectivas de solución, sea porque se proponen soluciones maximalistas o porque se disgregan las fuerzas. Negociar con el Estado sobre autogobierno une a muchos catalanes, pero hay otros asuntos que lo hacen tanto o más. Ambas cosas no deberían ser excluyentes porque hacerlo es debilitar la capacidad de este país de construir un futuro mejor. El episodio de la ampliación del aeropuerto sería un caso emblemático, aunque tiene muchas otras aristas. Un diálogo maduro con el Estado, pero también en el interior de Catalunya, es el mejor antídoto contra ese pesimismo que ya dura demasiado. Seguro que la música y las palabras de Pau Casals, inspiración de la Diada de este año, empujan en la buena dirección. Lo viejo se acaba y lo nuevo se abre paso con determinación.