Lo de siempre, pero a lo grande
Se seguirán sucediendo los desatinos de nuestros gobernantes. No tan trascendentales como en el caso del aeropuerto, pero suficientes para llevarnos hacia la irrelevancia
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
La decisión del Gobierno español de suspender el proyecto de ampliación del aeropuerto de Barcelona nos ha alcanzado por sorpresa y nos sumerge en un mar de dudas: ¿Es irreversible? ¿Abrirá un periodo de mayor distanciamiento en las relaciones de los gobiernos español y catalán? ¿Serán sostenibles los desencuentros entre Esquerra y Junts? En cualquier caso, pasadas ya 24 horas de la noticia, uno tiende a pensar que estamos ante un desenlace acorde a la tragicomedia en que se había convertido la negociación por la ampliación.
El anuncio de Aena de invertir de inmediato 1.700 millones de euros fue recibido con una satisfacción muy generalizada en Catalunya. Un agrado que fue cediendo paso a una creciente incomodidad por sus posibles efectos sobre el medioambiente. Unas inquietudes acentuadas durante un verano en que hemos vivido diversos desastres ecológicos y se ha conocido el contundente informe de Naciones Unidas sobre el clima, alertándonos de lo que se avecina. Así, se entiende una cierta prevención ciudadana, que solo puede conducirse con un proceso deliberativo abierto, informado y liderado por los poderes públicos.
Pero esta sensibilidad no legitima en absoluto las contradicciones, tacticismos sectarios, carencia de criterio y falta de coraje de los gobernantes catalanes, enfrentados a la posibilidad de hacer realidad una de sus mayores reclamaciones históricas, como es la modernización del aeropuerto. El suyo es, desde hace demasiados años, un quehacer a menudo disparatado que, ahora, se refleja de manera puntual y paradigmática en la disonancia entre un gobierno favorable a la ampliación y el principal partido que lo sustenta, entregado a alentar abiertamente manifestaciones en su contra.
En el caso del aeropuerto, lo singular es la trascendencia de la inversión y la extraordinaria repercusión de un final tan abrupto, de consecuencias por determinar y que ha evidenciado con toda crudeza unas actitudes muy arraigadas en Catalunya. Así, en el fondo, nada distinto de una determinada manera de ejercer el poder institucional que, de tan recurrente, los ciudadanos hemos llegado a asumir como inevitable y a tolerar con toda naturalidad.
A la vista de lo que se le venía encima, el Gobierno español ha aprovechado las contradicciones de la política catalana para huir de un embrollo que se enredaba por momentos. Pese a la aparatosidad del anuncio, y las reacciones contundentes de unos y otros, confío que la ampliación puede retomarse lo antes posible, sin tener que esperar esos cinco años que se anuncian. Mientras, en el día a día se seguirán sucediendo los desatinos de nuestros gobernantes. Ni tan evidentes ni tan trascendentales como en el caso del aeropuerto, pero suficientes para, de manera sigilosa, seguirnos llevando hacia una creciente irrelevancia, que puede convertirse pronto en irreversible. Si lo sucedido estos días sirve para despertarnos de nuestra voluntaria amnesia colectiva, bienvenido sea el encontronazo aeroportuario. Lo dudo.
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