Ampliación del aeropuerto

Con La Ricarda hemos topado

En el Gobierno catalán preferían ir a una manifestación en contra de ellos mismos que arriesgarse a quedar mal

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en una rueda de prensa

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en una rueda de prensa / David Zorrakino - Europa Press

Xavier Bru de Sala

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Quien todo lo quiere todo lo pierde. Aunque pierde más el que no está dispuesto a defender con coraje lo que desea. Así, el Gobierno catalán, o la gran mayoría de sus miembros, estaba desde el primer día a favor del proyecto de Aena pero luego, incapaces de asumir las consecuencias de una aprobación que parecía impopular, poco de izquierdas impostadas y nada ecologista, culparon a Madrid de haberlos engañado. O se tocaba el estanque de La Ricarda o el aeropuerto se quedaba como está. No había término medio ni solución de compromiso. Sería muy bonito construir una pista nueva sobre el mar, tan larga como fuera preciso porque al mar no le viene de ahí, pero esto es demasiado caro. Inviable pues. Como inviable era convertir Gavà Mar en un infierno sonoro.

Se hablaba, con razón, de concebir la ampliación dentro de un sistema puerto-aeropuerto potente y competitivo de verdad, no solo en pasaje sino en mercancías. Se podrían haber acordado pues los partidarios de esta opción, hoy burlados además de amedrentados, de lo que ocurrió con la ampliación del puerto y la desviación de la desembocadura del Llobregat. La afectación en el espacio natural del delta fue de una importancia muy superior a la que habría supuesto la reforma de El Prat. El famoso argumento de las compensaciones medioambientales llevó a los promotores de agrandar el puerto a diseñar una laguna nueva, antes inexistente, Cal Tet. No hubo ni oposición ni protestas de relieve.

El argumento para defender la ampliación no consistía pues en hacerse el santito burlado, sino en preguntar a la ciudadanía y a la opinión por qué narices lo que era bueno para el puerto es malo para el aeropuerto. Si hubieran osado dar la cara en vez de preservarla de toda mácula habrían defendido el desplazamiento de La Ricarda hacia el este o la compensación en Viladecans y mostrarían fotos aéreas donde se ve bien claro que hay sitio de sobra, en terrenos aún vírgenes o cultivados. Pero, claro, preferían ir a una manifestación en contra de ellos mismos que arriesgarse a quedar mal.

En lugar de propiciar un debate sereno sobre pros y contras de la ampliación y sopesar con detenimiento las ventajas y los inconvenientes entramos en el callejón sin salida de las líneas rojas. Y Madrid ha retirado la oferta. En vez de mirar lo que nos conviene, buscamos enemigos a diestro y siniestro. Peor aún, como la planificación previa del territorio y de las grandes infraestructuras era inexistente, la propuesta de Aena nos cogió por sorpresa, como si se tratara de una imposición que no tiene nada que ver con la necesidad de potenciar Barcelona como nudo lo más importante posible en la red global de megápolis. Una imposición que ya no está. Una oportunidad perdida.

En el Parlamento catalán había una mayoría consistente a favor de la ampliación, con los retoques que convengan. Sin embargo, el camino emprendido por los responsables de la cosa pública ha llevado al final abrupto de la ampliación. El Gobierno catalán hace de oposición incluso de sí mismo. Consecuencia, que con La Ricarda hemos topado. Y encima, la culpa es siempre de los demás.

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