Faltan manos
Hoy, ahora, ninguna mujer puede caminar tranquila de noche, tampoco ningún homosexual
En nuestras calles supura un odio que creíamos superado. Ya no podemos mirar hacia otro lado ni hablar de casos aislados. La falsa denuncia de Malasaña no borra nada. No nos hará olvidar el asesinato de Samuel. Ni la salvaje paliza a Alexander en Amorebieta. Ni los chicos apaleados en Barcelona. O en Toledo. O en Melilla... Pasa en nuestras calles y nos está empujando a oscuridad inaceptable.
Podemos atender al discurso de odio de la ultraderecha, a esa Iglesia que se escandaliza por los amoríos de un obispo pero que le toleró hablar de “terapias de conversión” de homosexuales, a esa crispación creciente contra las personas LGTBIQ+, a la lluvia fina de comentarios homófobos que impregnan nuestra sociedad, podemos observar cada una de esas actitudes y no nos equivocaremos al señalarlas como culpables. Cada vez que alguien cuestiona el Orgullo Gay o los minutos de silencio por las víctimas de la violencia machista está poniendo en duda la existencia de un miedo real. Porque, hoy, ahora, ninguna mujer puede caminar tranquila de noche, tampoco ningún homosexual. Y solo podremos frenarlo si hay suficientes manos que protejan todo lo ganado. Nuestra libertad, nuestro modo de vida está en peligro.
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