Tsunami promocional

Un zepelín para Sally Rooney

No logro entender por qué cada vez que un libro rebasa el coto de los lectores de misa diaria, arquea tantas cejas

La escritora británica Sally Rooney.

La escritora británica Sally Rooney. / periodico

Miqui Otero

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Voy a hablar del libro del que todo el mundo habla. Del que algunos dicen que se habla demasiado. Y, sin embargo, si no perteneces a los círculos de la industria editorial, es muy probable que no hayas oído hablar de él. Y no pasa nada. 

El libro es 'Dónde estás, mundo bello', la nueva novela de la autora irlandesa Sally Rooney. La escritora, premiadísima desde su debut y leidísima en muchos países (especialmente de habla inglesa), ha sido señalada como “la Salinger de la generación Snapchat”, aunque sus personajes no usan redes sociales y sus historias, de conflictos de clase y pulsiones románticas entreverados, con un don para el brío narrativo y para el diálogo perfecto, están más cerca de las novelas decimonónicas. Es, en mi opinión, una autora muy talentosa.

Lo que yo piense no viene al caso. El caso, aquí, es que su nueva novela llega envuelta en un tsunami promocional. Durante la campaña de lanzamiento, abren tiendas efímeras donde se ofrecerán cursos de escritura, clubes de lectura o incluso talleres de fabricación de velas. La editorial estadounidense fabrica un 'pack' promocional (con sacapuntas, lápices, 'tote bags' y hasta un gorrito de pesca amarillo). Además, 50 librerías de Gran Bretaña abren sus puertas antes de la hora habitual porque se esperaban grandes colas. Antes de que salga, las copias no venales para periodistas y libreros se llegaron a vender en internet por más de 200 dólares.

Por un extraño mecanismo de poleas mentales, tanta promoción del lanzamiento ha levantado suspicacias hacia la obra. Quizás haya que recordar que algunos autores decimonónicos anunciaban sus novedades en zepelines. Que cuando Victor Hugo publicó 'Los miserables', empapelaron París (miles y miles de carteles) con viñetas donde se anunciaba el libro y se presentaban personajes. Que los neoyorquinos esperaban en el puerto los barcos que venían de Inglaterra para preguntar entre sollozos beatlemaniacos qué le había pasado en el último capítulo al prota de la nueva de Dickens. Que las gentes se arremolinaban en los portales para que los porteros leyeran el último folletín de Eugène Sue. Que los fans de Sherlock lo resucitaron con sus cartas. O que a finales del XIX ya se les había puesto nombre a los fans de Jane Austen: los 'janeites'. Curiosamente, como pasa con Rooney, ese fervor se tradujo rápido en reflexiones como la de Henry James, que se preguntaba: “¿Hay otros escritores que parezcan tan vulnerables a ser amados por tanta gente por los motivos equivocados?”.

Todo eso sucedía en otra época y ya dijo Kurt Vonnegut que “la relevancia social del escritor quedó muy atrás, en la época del vapor”. Pero no logro entender por qué cada vez que un libro, como ahora, rebasa el coto de los lectores de misa diaria, arquea tantas cejas. Algunos querrían que todos los libros tuvieran la misma cubierta, encuadernación y tipografía, para que compitieran como atletas soviéticos y para que solo se hablara de la pureza del texto. Deben de ser los mismos que dicen que se publica demasiado (aunque quizás no se haya publicado el manuscrito que cría lepismas en su cajón, mientras creen que el suyo en concreto sí tendría que ver la luz, claro). Habrá quien lea a Rooney por los motivos equivocados. Y entonces descubra que le gusta por los suyos propios, que son los únicos válidos. El resto (el juego de palabras con Rooney no me lo ahorraré) pueden cantar aquella canción de Las Ruinas: “Te odio cuando tienes éxito / Tú deberías fracasar, como yo”.

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