Dulce aborregamiento
La charca de la nostalgia es infinita, y ahora ha orillado en la idealización de las relaciones
Que el horizonte está cubierto de bruma es cierto. Que andamos a tientas y algo ensimismados, también. Pero mirar atrás en busca de una salida es un (peligroso) ejercicio de ficción romántica. La exaltación de lo pretérito empezó idealizando el mundo rural. Basta con pasearse por las casas en ruinas de la España vaciada para comprender que el pasado tuvo muy poco de bucólico. La charca de la nostalgia es infinita, y ahora ha orillado en la idealización de las relaciones. Como si los amores de antaño fuesen más sólidos que los actuales. Pero lo cierto es que pasado rima mal con libertad. Y la vida de la mayoría de nuestros mayores estuvo marcada por una juventud castradora. Sin duda, la de las mujeres. Muy pocas tuvieron la oportunidad de ser independientes económicamente. El ‘aquí mando yo’ fue el sometimiento generalizado. Rendidas y ninguneadas. La añoranza se viste de luto cuando topa con la homosexualidad. Y ni siquiera los respetados cabezas de familia lo tuvieron fácil, demasiados mutilados emocionales que ni siquiera sabían expresar sus emociones.
La nostalgia puede ser enternecedora. Y una excelente noticia para un sistema que nos quiere aborregados en el cercado neoconservador.
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