Culpar al género

Heteropesimistas (y 2)

En lugares como EEUU –antesala de las teorías que después llegan a Europa–, el concepto de heteropesimismo existe y es anticipador y anticatártico

Tributo floral en la calle en la que Jake Davison asesinó a cinco personas el pasado 12 de agosto.

Tributo floral en la calle en la que Jake Davison asesinó a cinco personas el pasado 12 de agosto. / BEN BIRCHALL

Irene Jaume

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A veces tengo la sensación de que la heterosexualidad se ha convertido, como dice Indiana Seresin en su artículo 'On heteropessimism', en una acusación. La orientación sexual como problema personal, como si lo tuviéramos que vivir con frustración, como si hubiéramos cometido algún tipo de error que, además, no sabemos, no queremos o no podemos revertir. No estoy diciendo que seamos víctimas, ni lo estoy comparando con la violencia y desprecio que sufren las personas LGTBIQ+. Si se entiende así, pido disculpas de antemano, porque no es mi intención.

Mi intención es poner encima de la mesa que en lugares como EEUU –antesala de las teorías que después llegan a Europa–, el concepto de heteropesimismo existe y, dice Seresin, es anticipador y anticatártico, porque pretende anestesiar preventivamente los corazones ante la cultura heterosexual, la cual, creo yo, necesita muchos cambios. Pero estar constantemente decepcionadas preventivamente no nos ayuda a pensar e imaginar estos cambios, sino todo lo contrario, nos aboca a posturas individualistas y no traspasa la morfología: por mucho que las mujeres heteros nos quejemos de la heterosexualidad, no dejamos de formar parte de su cultura y, así, instalamos el peso solo en las palabras, y no en las prácticas. En el caso de los hombres, este concepto se vincula a los 'incels', hombres que odian a las mujeres y que dicen mantener un celibato involuntario por culpa suya y el rechazo que profesan contra ellos. Así pues, ante tanta violencia e incomprensión mutua, ¿qué podemos hacer?

No tengo la respuesta, pero creo que si no empezamos a reflexionar y a escucharnos colectivamente –mujeres, hombres y géneros disidentes–, nos volveremos a ver abocadas a teorías que nos aíslan, nos culpabilizan y nos aposentan en la inmovilidad y en el individualismo más rancio. Mientras normalizamos discursos de odio e incomprensión, no podremos desnormalizarlos ni podremos imaginar relaciones (y mundos) mejores, que es lo único que nos podría hacer salir de esta rueda perversa que nos consume con la ayuda inestimable de un sistema que no quiere que nos entendamos, sino que nos odiemos y nos separemos cada vez más.

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