A pie de calle

Orgullo de metro

Alucino al oír a asalariados decir que ellos evitan el transporte público

Pasajeros del metro en un andén de la L-1.

Pasajeros del metro en un andén de la L-1. / Manu Mitru

Valeria Milara

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El otro día inauguraron una nueva estación de metro y esa misma tarde la estrené. Es majísima. Amplia, con unos buenos bancos. Dotada de muchas escaleras mecánicas y su ascensor y además conecta con el tranvía. Vamos, no es que esté contenta. Estoy supercontenta. Como mortal que soy y como no tengo vehículo privado cojo el metro. Y el autobús y el tren. Y por supuesto me chiflan los taxis, pero los raciono para las ocasiones necesarias. Hay días que me monto hasta en cuatro transportes distintos.

Un día alguien me dijo que en el transporte público solo iban los pobres y le contesté que yo era una trabajadora. Dependo de un sueldo y si me faltara no podría mantenerme. Cuando tu patrimonio es un piso hipotecado y vives de una nómina y poco más no puedes ser rico. Sin más. Tus ingresos pueden ser más altos o más bajos, pero dependes de un pagador y si no te pagan no ingresas. Por eso alucino al oír a asalariados decir que ellos evitan el transporte público. El metro desde luego se lleva las peores críticas. Y reconozco que es el que menos me gusta, pero como dice mi compañero Rafa, el metro te teletransporta, porque puedes atravesar la ciudad en media hora y eso es mágico. No me gustan ir bajo tierra ni el calorazo que hace en los andenes en verano. Pero ya hace tiempo que no salgo de casa sin abanico y mis ventiladores de bolso. Tengo varios. Por si se me descargan. Un auténtico parque eólico que me ayuda a sobrellevar el viaje. No es idílico, pero como no conduzco ni quiero hacerlo es lo que hay. Además con los años pienso que en el metro, en el autobús, se aprende mucho. Si sabes observar ves historias por todos sitios. Ves a novios besándose, a otros discutir, a niños adormilados hacia ese colegio que está cerca del trabajo de sus padres, a los peones de la obra con su mochila y su ropa de currantes. Ves variedad. Ves la vida. Antes se entendía que tener un piso junto al metro era algo muy cotizado. Y lo sigue siendo. Pero la idiotez que pesa hoy en día de no querer parecer trabajadores hace que muchas personas que están lejísimos de ser ricas se vanaglorien de vivir alejados del transporte público porque así no llega ni la inmigración ni la gente que no sea del lugar. Y es que no hay más ciego que él que no quiere ver. 

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