Un mundo en transición

El atlas de su cuerpo

Si no hay nada a lo que asirse, si la sensación es que nadie reparte salvavidas, ¿qué queda?

Mujer con los brazos extendidos

Mujer con los brazos extendidos / periodico

Emma Riverola

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Día tras día, hora tras hora, recorre las estancias de una casa inhabitable. Las paredes emborronadas con alaridos. ¡No podrás!, le gritan. No, no podrás, le susurra el silencio de la noche. Ella, él, que creció creyendo que todo era posible, que escuchó tantas historias de superación de sus padres, que encontró en los cajones los restos olvidados de himnos antiguos, se enfrenta ahora a las ruinas de un sueño que ni siquiera tuvo tiempo de construir. 

Hora tras hora, minuto tras minuto, acumula noticias que lapidan su futuro. Sueldos que solo dan para la estricta subsistencia, pisos que nunca podrá comprar, habitaciones de alquiler que se llevan la mitad de los ingresos, facturas de gas, electricidad y agua disparadas… Más y más ladrillos que ciegan las ventanas. Y si consigue salvar la mirada, topa con un muro lejano. 

Ella, él, que escuchó tantas historias de superación de sus padres, se enfrenta a las ruinas de un sueño

EEUU y sus aliados salen de Afganistán con el rabo entre las piernas. La invasión se justificó de forma torticera. Nunca importaron las mujeres, tan solo un bastión para remover la región. La huida atropellada deja vía libre a que China y Rusia jueguen sus cartas. Aunque ella, él, no lo sepa o no le interese o crea que es un conflicto lejano, el orgullo maltrecho de Occidente también contamina el aire de su morada. Si las democracias aunque imperfectas- no ganan la partida, el mundo se tornará cada vez un poco más oscuro. 

Los populismos más xenófobos pintan trampantojos en las tapias. Las teorías conspiranoicas ganan adeptos. En las redes, todo se confunde. Un concierto de instrumentos desafinados. Las 'fake news' arañan las emociones. Por debajo, nada sólido. ¿A quién creer? Una a una, las instituciones parecen flotar libres de cimientos. Si no hay nada a lo que asirse, si todo se cuestiona, si la sensación es que nadie reparte salvavidas, ¿qué le queda a ella, él? Sí, claro, la soledad.  

La salud mental ha llegado a los titulares. Pero ella, él, no necesita leerlos. Ansiedad, depresión, trastornos alimentarios… puede rellenar el catálogo completo con un simple repaso de sus amistades. Tiene nombres propios para cada diagnóstico. A pesar de ello, sonríe. Todos sonríen. Se supone que deben hacerlo. Ser la imagen de la felicidad. Un posado en Instagram. Otro más. Y otro. ¿Cuánto desamparo puede contener esa imagen que acumula corazones? Les llaman redes sociales, pero no dejan de ser una infinita colección de yoes. Y el corazón disparado, atrapado en la inmediatez.  

Ella, él, camina por un largo pasillo flanqueado por estancias vacías. Un laberinto sin mapa. Ninguno de los antiguos le sirven, todos dibujaban una utopía al final del camino. El papel se deshace en sus manos y corre desagüe abajo. Junto a los dioses, los héroes y los salvadores. Ninguna herencia le sirve, porque todas se demostraron incapaces. ¿Por dónde empezar?  

Un momento, aún hay más. El planeta agoniza, ¿lo sabe? Sí, claro que lo sabe. Por eso regañaba a papá o a mamá si se equivocaban de contenedor u olvidaban reciclar los tetrabriks. Ha crecido con la lección aprendida. Crisis climática, escribían los profesores en la pizarra. Y ella, él, ha ido sumando crisis. La financiera de 2008 le pilló con la mochila del colegio. Ahora ha visto lo increíble. Cómo un ser minúsculo, invisible, sembraba la muerte y la enfermedad a su alrededor. Otra vuelta de llave. Un cerrojo más tras su pantalla.   

Sentada, sentado, en el centro del inmenso salón de un mundo en transición desconfía de los vetustos edificios que antaño ofrecieron protección. No hay proclamas ni ritos que le inviten a un sueño colectivo. Vive en una aparente oda a la individualidad. Una invitación constante al egocentrismo. Un selfi. Otra novela de autoficción. ¡Tú eres tu propia marca! Pero, a pesar de tanto yo, a pesar de sus ojos cerrados, ella, él, no deja de pensar. Si su cuerpo está en el centro, quizá la lucha también está en los cuerpos y en su derecho a ser vividos con dignidad. Feminismo, antirracismo o ecologismo son diferentes formas de defender la diversidad. Otro modo de enfrentarse a la desigualdad, a la discriminación. Sí, solo necesita un poco de tiempo. Encontrará otras puertas. Y ella, él, ellas y ellos, dibujarán su propio campo de batalla para el empeño más antiguo: construir un mundo mejor.  

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