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Zorba y mucho más

La vida de Mikis Theodorakis quedó plasmada en miles de partituras, demostrando una productividad incomparable que va de la música de escena a la de cámara, de las cantatas a los ballets, de sinfonías a oratorios y de óperas a canciones populares inspiradas en el folklore griego

Mikis Theodorakis en una imagen de archivo de febrero de 2018

Mikis Theodorakis en una imagen de archivo de febrero de 2018 / ANGELOS TZORTZINIS

Josep Cuní

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Munich, verano de 1975. La emblemática Königsplatz a rebosar. Mikis Theodorakis ha dirigido el ballet creado a partir de 'Zorba, el griego'. Entre el público aparece Anthony Quinn, que sube al escenario. La orquesta y el coro se suman a los aplausos de los miles de espectadores que no pueden creer lo que están viendo. Juntos, el compositor de la banda sonora de la película que marcó la leyenda del actor tan indómito como lo era el músico. Desde el atril, con su característica melena ya plateada, el amigo señala con el dedo a quien puso de moda el 'sirtaki' desde la gran pantalla. Le saluda mientras Quinn, fuera chaqueta y corbata, luce tirantes estampados y pregunta con gestos si quiere que baile. Se recrea en la falsa duda. Con la melodía empiezan los primeros pasos, mal esbozados pero impecablemente trazados. Los maestros ríen y lo celebran tanto como el público enloquecido. La simpatía de Quinn destila nostalgia. Él mismo parece rejuvenecer recuperando movimientos de años atrás, que provocan el delirio colectivo. Hasta que el autor de la mítica composición baja con dificultad del atril y se suma a la danza que adquiere ritmo. Momento imposible de olvidar, convienen los presentes, mientras los dos artistas, rostros concentrados, funden sus orondos cuerpos en uno, los bravos se suceden, los silbidos ensordecen, aparecen las flores y el jolgorio se remata con las palabras del Zorba de celuloide, definiendo la música del film como la música de la vida.

Exactamente lo que pretendió Mikis Theodorakis (Quíos, 29/7/1925 – Atenas 2/9/2021) al componer la banda sonora que le alzaría a la fama. No fue la única. Hasta veinte se añadirían a un repertorio que amenizó producciones de Jules Dasin, Sidney Lumet o Costa-Gavras, con quien compartió ideales políticos e inquietudes comprometidas. Musicó el 'Canto General' de Pablo Neruda, himnos para Malta, los estudiantes y los socialistas franceses y venezolanos. Para los Juegos del Mediterráneo y la ceremonia de apertura de los Olímpicos de Barcelona. Su vida quedó plasmada en miles de partituras, demostrando una productividad incomparable que va de la música de escena a la de cámara, de las cantatas a los ballets, de sinfonías a oratorios y de óperas a canciones populares inspiradas en el folklore griego como aquella 'Luna de miel', que en España pasó de Gloria Lasso (1954) a Paloma San Basilio (1995) sin que nadie supiera “en qué viento llegó este querer”. 

Esta conexión de pueblos y culturas es lo que persiguió Theodorakis toda su vida. Un recorrido paralelo y precoz de música e ideología, política y saber, exilio y ministerios, democracia y resistencia a la ocupación nazi y al régimen de los coroneles, cuyo final fue celebrado con un concierto suyo en el Pireo, donde miles de griegos le convirtieron en el gran símbolo del país que hoy le llora. 

Apasionado y controvertido, compartió amistad y distancia con Merlina Mercouri, que al final de sus días abominaba de quien se había pasado de la izquierda a la derecha. Salto forjador de la unanimidad del luto oficial. Intuición que pudieron tener en la Catalunya de 1983 los miembros de la Crida de Ángel Colom, que le contrataron para una gira española que resultó un fracaso. Y se sorprendieron del carácter irascible del artista, escondido tras el velo solidario del político.

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