Una verdad más incómoda
Se ha creado un discurso doble. Debemos crecer en las energías renovables, dicen, pero sin descuidar la economía
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Pronto hará 15 años del estreno de 'Una verdad incómoda', el documental presentado por Al Gore que nos abrió los ojos a los problemas del calentamiento global y el efecto invernadero de la capa de ozono. La película ganó el Oscar y, por primera vez, trasladó a la esfera pública las advertencias de la comunidad científica. Recuerdo las sensaciones apocalípticas al salir del cine y cómo, durante un tiempo, nos aprendimos el protocolo de Kyoto y descubrimos las predicciones realistas (y catastrofistas) de James Lovelock y su teoría de Gaia. Años después, en 2015, cuando llegaron los acuerdos de París para la reducción de la emisión de gases, la emergencia climática aún era más evidente, pero también nuestro escepticismo ante la acción de los políticos y clases dirigentes.
Estos días, mientras asistimos a los desastres climáticos en todo el mundo, he vuelto a ver 'Una verdad incómoda' y me ha parecido casi ingenuo, de tan corto que se queda en el mensaje. En algún momento, sin embargo, Al Gore avisa de una gran verdad: “Esto”, dice, “no es un problema político, es un problema moral”. El hecho es que a lo largo de los años lo han convertido en un problema político; es decir, económico; es decir, capitalista; es decir, moral. Con el tiempo hemos entendido que el frenazo radical y el cambio de paradigma exige un esfuerzo social que va en contra de intereses geopolíticos, y se ha creado un discurso doble. Debemos crecer en las energías renovables, dicen, pero sin descuidar la economía. Lo vemos en todas las ideologías, basta leer las opiniones de algunos dirigentes sobre la polémica de la ampliación del aeropuerto del Prat.
Desde hace años los científicos y activistas nos dicen que se acaba el tiempo, que tenemos que reaccionar, que cada vez estamos más al límite. O son muy prudentes o parece que nadie se atreva a anunciar que ya es demasiado tarde y esto se va al garete. Me pregunto si la razón es que el discurso derrotista no haría ningún efecto. Con la mirada corta, condenados, seguiríamos actuando como siempre, viviendo nuestros últimos atardeceres en la Tierra, esperando la distopía final. Y a nuestros nietos, que les zurzan.
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